Date: Wed, 09 Nov 2005 14:45:42 +0100
From: Pepe Rey <[log in to unmask]>
Subject: Puntualizaciones
To: [log in to unmask]

Estimado Profesor Lauer:
 
            Permítame en primer lugar pedirle mis sinceras disculpas por haber irrumpido, aunque haya sido por manos ajenas, en su plácida tertulia cervantina. La redacción de mi artículo “Por Salvador Luis famoso...” no estaba pensada para aparecer en un coloquio científico, sino para su publicación en un diario, como se desprende de su simple lectura (y hasta de su título se desprende en qué diario), y su objetivo último no era, como queda claramente expresado, glosar aspectos de la vida o de la obra de Cervantes, sino promover una cada día más necesaria discusión de política cultural española acerca de las tan hipertróficas como compulsivas celebraciones de centenarios que marcan las pautas de nuestra vida cultural, además de absorber los presupuestos como auténticos agujeros negros. Es obvio que este asunto sale fuera de los objetivos de este foro acaémico. En mi disculpa tenga usted presente asimismo mi condición de Bachiller (aunque, eso sí, Superior), que solo me permite hacer... bachillerías.
            Pero el hecho es que el artículo en cuestión ha aparecido en el Coloquio Cervantes y ha provocado una respuesta de Juan José Pastor perfectamente justificada porque en el artículo es parte repetidamente aludida. En la respuesta del Sr. Pastor se pierde el cabo del hilo político que yo perseguía, como cabía esperar, pero además la madeja se lía bastante y al final parece que he dicho cosas que no debería haber dicho y me he callado otras que sí debería. Permítame, por tanto, que aclare de nuevo la situación, incidiendo sobre todo en los aspectos que puedan ser de más interés para los participantes en el coloquio. Vaya por delante que no conozco al Sr. Pastor ni albergo hacia él ningún sentimiento o, menos, resentimiento. Al contrario, le deseo los mejores éxitos en sus proyectos cervantinos y lo hago egoístamente, porque ello querrá decir que quienes estamos interesados en conocer a fondo los aspectos musicales de la obra de Cervantes podremos beneficiarnos de sus trabajos. De momento, sin embargo, me veo obligado a puntualizar algunas de sus afirmaciones.
            Me acusa el Sr. Pastor, por ejemplo, de ocultar malévolamente datos como su formación en el Conservatorio –o quizá se refiera a la mía, porque el párrafo no está expresado muy claramente– “que presumiblemente compartimos”. El caso es que no recuerdo haber coincidido con él en el Conservatorio ni creo que tal circunstancia se haya podido dar, porque hace veintitantos años que no piso un aula como alumno. De cualquier forma, ¿para qué tendría que mencionar ese dato en un artículo de estas características? ¿O qué aviesas intenciones me habrían empujado a ocultarlo? Simplemente no lo he mencionado, igual que no he dicho dónde estudió el Bachillerato o si ha cursado estudios de idiomas.
            Me acusa el Sr. Pastor de cercenar una frase suya para manipularla haciéndole decir lo que no dice. Es cierto que tomé el núcleo central de su párrafo, puntuándolo convenientemente con puntos suspensivos antes y después, porque me pareció lo más relevante de su argumentación y porque el resto nos hubiera llevado a disquisiciones más largas y complejas, para las que entonces no había lugar, pero a las que podemos llegar ahora, si lo cree conveniente. Acepto su propuesta de considerar la frase completa.
        En Cervantes no conocemos musicalizaciones directas de sus propios textos –salvo casos puntuales como la celebérrima canción “Madre, la mi madre” que nuestro escritor recoge. Aunque existen noticias de que la oda Dulce esperanza mía había sido puesta en música por Salvador Luis, cantor de la capilla y cámara de Felipe II mucho antes de su publicación en la novela, hacia 1591, no hay, sin embargo, testimonio musical alguno.

        No creo que así se subsane la inconveniencia de sacar a relucir a Salvador Luis, el cantor filipino que nunca existió. Peor aún: así incurre en flagrante contradicción, porque si “no hay testimonio musical alguno” de su oda, quiere decir que el Sr. Pastor no se fía de Soriano Fuertes, autor del invento, cuando publica en partitura la que dice ser composición de Salvador Luis, aunque sí le cree cuando afirma la existencia de este, basada precisamente en la existencia del supuesto autógrafo de la oda, que él (Soriano Fuertes) dice poseer. Si “no hay testimonio musical alguno” de la oda, mucho menos hay testimonio documental de Salvador Luis y todo el asunto es un camelo que conviene dejar tan enterrado como su autor, Soriano Fuertes, para que el malhadado episodio no se perpetúe en los siglos venideros de cervantismo musical.
            Pero, puesto que el Sr. Pastor parece exigir citas amplias para evitar manipulaciones, ampliemos la frase con la que le sigue hasta el fin del párrafo sin tocar ni una tilde:
La composición más cercana sobre uno de sus textos procede del siglo XVIII, precisamente sobre “Dulce esperanza mía” y aparece en el fol. 17v. nº II de un cuaderno manuscrito depositado en la Biblioteca Nacional de España, quemada y junto a otros minuetos instrumentales.

             El párrafo es sumamente confuso. Resulta difícil saber si la “quemada” es la composición, la BN o España, que para nuestra desgracia todo podría ser. De cualquier forma, el Sr. Pastor da suficientes datos para poder localizar entre las cenizas el manuscrito del que habla. No me ha sido posible ni creo que sea necesario ir a la BN para atestiguarlo en este momento. Admítaseme como comprobación suficiente la consulta al Catálogo Musical de la BN, de Higinio Anglés y José Subirá, Vol. I, Manuscritos. Sin duda se trata del manuscrito que estos autores clasifican en las pp. 280-290 como nº 138 del catálogo, signatura M. 3881/8, en cuyo fol. 17v. se copia la mencionada composición como nº 11 (no II, que dice el Sr. Pastor). Lo que se copia a su alrededor no son “otros minuetos instrumentales”, sino piezas vocales barrocas para tiple y acompañamiento, precedidas de un par de obras polifónicas a cuatro voces y de cantigas de Santa María. Pero todo eso son asuntillos sin importancia. Ahora viene lo más interesante: al describir el cuaderno manuscrito, los autores del catálogo se hacen la pregunta “¿Nos encontramos, pues, ante el mismo cuaderno que sirvió a Soriano Fuertes para la edición susodicha?”, refiriéndose, naturalmente, al vol. I de su Historia de la Música española, que con sus inventos nos está obligando a caminar por estos desagradables andurriales.
        Resumamos lo aclarado hasta aquí: el Sr. Pastor es consciente de que el manuscrito que Soriano describe como autógrafo de Salvador Luis para montar la patraña de la existencia de éste es del siglo XVIII. Lo ha podido consultar en la BN, comprobando que es del siglo XVIII. A pesar de ello, se hace eco de las noticias, que no hechos (?) de Soriano; eso sí, añade para tranquilizar su conciencia que de todo ello “no hay testimonio musical alguno.” Pues entonces, ¿qué tipo de testimonio hay? Y, si no lo hay de ninguna clase, ¿a qué viene remover el asunto?
            No afirmo en ningún momento haber leído la tesis del Sr. Pastor. No sé de dónde lo deduce él. No lo he hecho ni lo creo imprescindible para hablar del libro-disco. Pero ahora sé algunas cosas de la tesis. Por ejemplo: que en ella no se menciona por ninguna parte a Salvador Luis ni a Mariano Soriano Fuertes. Iba a decir que me alegraba por ello, pero no es así, porque precisamente en un trabajo académico es donde deberían revisarse estos asuntos para desmontarlos o confirmarlos en su caso. Pero ahora lo que no entiendo es por qué en su tesis no ha dado entrada ni en nota a pie de página al ficticio asunto Salvador Luis, mientras sí le ha dado salida en un trabajo divulgativo. ¿No debería haber sido justamente al revés? ¿O es que las ventiscas posmodernas han alterado sustancialmente la metodología universitaria?
            No sé si estoy aburriendo a los honrados coloquiantes y abusando de su pasión cervantista. He de confesar que hace rato me siento hastiado por tener que dedicar un tiempo que no me sobra a asunto de tan poco interés, solo por salvar la poca (y negra) honrilla bachilleril que me queda y no pasar a la historia como mentiroso y manipulador. Pero es el caso que voy a tener que dejar en este punto esta carta aclaratoria, porque mis obligaciones laborales me llevan a asusentarme varios días de mi residencia habitual y no quisiera escribir precipitadamente, dejando cabos sueltos o potenciales marañas. Espero que ningún cervantista lo vea como algo extraño, porque la suspensión es un procedimiento habitual en los libros de caballerías y más aún en el Quijote. Quedan aún algunos asuntos de interés que convendrá repasar con atención. Prometo hacerlo en pocos días. Creo que de momento ya hay suficiente material para meditación.
            Quiero, Profesor Lauer, expresarle una vez más mi agradecimiento por concederme un lugar en este coloquio y dar oído a mis argumentos. Para un humilde bachiller esto es casi como un inmerecido nombramiento de licenciado honoris causa, aunque también podría serlo humoris causa, como así es mi deseo. Y aquí paz y después gloria.
 
            Hasta pronto. Cordialmente
 
            Pepe Rey