Estimados Joseph (Ricapito), David (Mackenzie) y colegas,

Acabo de terminar, finalmente, el bello ensayo de Joseph Ricapito sobre “Cervantes and the Funny Book Syndrome,” A Celebration of Brooklyn Hispanism, eds. Malva Filer, Dominick Finello y William Sherzer (Newark, DE: Juan de la Cuesta, 2004), copia de cuyo artículo fue mandada a los colegas anteriormente en formato .PDF. 

El ensayo me hizo recordar mi primera lectura de Don Quijote, en inglés, a la edad de 15 años.  Mi reacción ante esa primera lectura fue similar a la de Nabokov.  Pensé en efecto que DQ era un libro cruel.  Recuerdo además que jamás me hizo reír (sólo me ha hecho reír un quiasmo que no le sale bien a Sancho).  Después de mi lectura del ensayo de P. E. Russell, hace ya también muchos años, me sentí culpable de no haberme reído.  Hasta la fecha me he sentido culpable y he tratado de reír y de hacer reír a mis estudiantes (¡pobrecitos!).  Sin embargo, confieso que todavía pienso que la obra es excesivamente cruel, tanto en lo físico (en la primera parte) como en lo psicológico (en la segunda).  No veo mucha diferencia entre el castillo de los duques en la segunda parte, por ejemplo, y el castillo Silling de Les 120 Journées de Sodome del Marqués de Sade, aunque tengo que admitir que las exageraciones de Sade me han hecho reír (sardónicamente), y no las de Cervantes.  Para ser totalmente justo con Cervantes, no comparto la idea de Sismondi de que el Quijote sea el libro más triste que se haya escrito, aunque a la edad de 15 años acaso sí hubiera opinado de esa forma.  Mi lectura del Quijote se asemeja a la de Max Singleton, antiguo profesor mío, cuyo ensayo, “Don Quixote: Sin, Grace and Redemption,” Estudios literarios de hispanistas norteamericanos dedicados a Helmut Hatzfeld, eds. Joseph M. Solà-Solé et alii, 195-207, sigue convenciéndome.  En efecto, pienso que DQ es un libro feliz por su final tan barroco y apropiado.  Estoy de acuerdo con la opinión de Henry W. Sullivan en Grotesque Purgatory que DQ logra curarse por sus encuentros humanos, sobre todo con la antojadiza Altisidora, a quien rechaza terminantemente.  Otrosí, pienso que el supuesto humor de la obra es tan repugnante para justificar acaso ese alegre fin que es en efecto un escape de lo transitorio, lo ambiguo, lo incierto y lo falso de este valle de lágrimas.  Así que no, DQ no parece ser un libro de risas, como tampoco sería el Lazarillo (me sorprende que encuentro esta última obra más y más escandalosa cada vez que la releo).  No creo que sea yo acaso incapaz de reírme.  Til Eulenspiegel siempre me ha hecho reír, acaso por lo inocuo de su humor.  Me he podido reír --a carcajadas-- con obras de Aristófanes, Plauto, Mihura, Jardiel Poncela,  Ibargüengoitia . . . .

Después de haber leído el ensayo del colega Joseph Ricapito, puedo liberarme de esa falsa risa que pensé que debía expresar, al menos ante mis estudiantes (¡pobrecillos!), y opinar, como opina Joe al final de su artículo, que “Don Quijote is not a funny book, but one that touches on all aspects of life.”

Gracias, Joe.

Cordiales saludos a todos de

ARL

Prof. A. Robert Lauer
The University of Oklahoma
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