COLOQUIO CERVANTES:
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Al teclear el enlace de arriba pueden hacerse miembros del Coloquio 
Cervantes los interesados en hacerlo y participar en los coloquios 
semanales.  Recuerden también que este servicio es (y seguirá siendo) 
gratis.  El generoso y magnánimo Kurt Reichenberger también ofrece a los 
colegas la posibilidad de mandar notas más extensas a este coloquio con el 
fin de publicar una selección de ellas en un próximo momento.


QUINTO ASUNTO CRÍTICO PARA DIALOGAR:

Puede responder a la siguiente tesis, en español o inglés, mandando un 
mensaje a:
<http://lists.ou.edu/archives/cervantes-l.html> o al siguiente número 
electrónico: 
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Cervantes y la escalación de las provocaciones II: el ataque furioso de don 
Quijote a los cueros de vino.

      Tras una larga cavalcada la comitiva ha llegado a la venta de Juan 
Palomeque el Zurdo. Don Quijote está cansado y se retira en una alcoba 
donde grandes cueros de vino penden del techo, para tomar una cabezadita. 
Los demás, el cura y el barbero, Dorotea, Cardenio y Luscinda, prefieren 
charlar un poco con el ventero y sus mujeres. Hablan de don Quijote, de sus 
ideas fantásticas de caballero andante y de los libros de caballerías. El 
ventero confiesa tener dos de estos libros, condenados por la Iglesia. Hay 
otro libro con una novela, intitulada «El curioso impertinente». Y el cura 
se ofrece a leerla a la compañía.
Tras cierto tiempo, la puerta se abre, irrumpe un Sancho perturbado y grita 
que su amo está luchando con un gigante, que le ha cortado la cabeza y que 
el suelo está inundado de sangre. El ventero, alarmado de malos 
presentimientos, corre a la alcoba, seguido de sus mujeres y de sus 
huéspedes. En medio del aposento está don Quijote, en su camisa demasiado 
corta, medio dormido y dando grandes cuchillazos a los cueros de vino con 
su espada. ¡Alboroto general!  El ventero, furioso, agarra la garganta de 
don Quijote; el cura y el barbero lo detienen. La hija del ventero se ríe a 
socapa, su madre y Maritornes gritan y lamentan a alta voz la pérdida de 
sus bienes. Un verdadero pandemonio.

      Otra vez, la alegoría, en este caso tipológica, es extremadamente 
arriesgada. Ver en el vino derramado la sangre de un gigante muerto, evoca 
nada menos que el misterio de la Eucaristía. Comparar la fortuna arruinada 
de los ciudadanos, asunto triste, pero comercial parece maña sacrílega. 
Afortunadamente, existe otro tertium comparationis más apropiado: perforar 
a cuchillazos los cueros de vino arruina todo. Lo mismo vale de los golpes 
inconsiderados que tercos teólogos dirigen al cuerpo místico de la Iglesia, 
la Una Sancta, destacando miembro tras miembro del conjunto: a comenzar con 
el gran cisma, hasta las disenciones y separaciones acontecidos en el siglo 
XVII: luteranos, hugonotos, los calvinistas en Ginebra, y los rebeldes en 
Flandes. Es ese desastre ecuménico que lloran y lamentan las mujeres de 
Juan Palomeque más que su fortuna arruinada. Situación desastrosa e 
insoportable para los pueblos cristianos como lo ha acentuado Benedicto XVI 
en el primer día de su papado.

A.R.L.    K.R.