Cervantes y el «Quijote» de 1605. Algunas consideraciones generales.

     Por lo general, el «Quijote» fue y es considerado como un libro de divertimiento, un volumen destinado a criticar a los amigos adictos a los libros de caballerías, tal como Carlos I y otros aficionados. Ocupado con tales aseveraciones, que halla hasta en manuales actuales y respectables, el «lector carísimo» corre el peligro de desatender un tema mimado por Cervantes que evidentemente consideraba central: las injusticias y abusos en el mundo, cometidos por los grandes poderes políticos: los monarcas, la nobleza y, last not least, dignatarios de la Iglesia.

     Abundan los episodios pertenecientes: el joven Andrés y Juan Haldudo el Rico, el escrutinio de la biblioteca, los episodios de los molinos de viento, de los rebaños de las ovejas, las arrogancias del noble don Fernando y los lamentos desesperados de las mujeres del ventero o en el episodio de los cueros de vino.
Cervantes, veterano aventajado y varón de rompe y rasca, no deja en el aire a quienes considera ser los culpables: los grandes y poderosos señores que tienen entre manos el destino de la nación, a comenzar con el Rey y los Consejos de Castilla, la gran aristocracia y los dignatarios y grandes prelados de la Iglesia. Alegorías, no cabe duda, pueden correlacionarse a hechos diversos – el ataque de don Quijote a los molinos de viento evocaba a los compatriotas de Cervantes un asunto fatal, que arruinó sus fortunas privadas: la substitución de la tradicional moneda de molino por los vellones, teóricamente equivalentes, pero prácticamente sin valor alguno.

     Por encima, Cervantes reanuda su alusión incriminatoria en el episodio de los rebaños de las ovejas – don Quijote ataca las inocentes ovejas, como Felipe III y sus consejeros arruinan por los vellones, monedas en las que se acuñaba un vellocino, las fortunas privadas. Fuera de eso, casi para los más tardes en comprensión Cervantes repite el fatal asunto una tercera vez: en el episodio de los cueros de vino. Recordemos la situación pacífica en la venta de Juan Palomeque. Don Quijote, fatigado por el largo viaje, se ha retirado para hacer una siestecita. Los demás, el cura y el barbero, Cardenio y Dorotea, alias la princesa Micomicona, prefieren charlar un ratito. El ventero y sus mujeres les dan compañía. La conversación se desvía hacia don Quijote y los libros de caballerías. Hay un debate entre el cura y el ventero, a quien le gustan mucho las novelas caballerescas. En la estancia hay un pequeño manuscrito intitulado «El curioso impertinente». A Cardenio le parece interesante y pregunta al cura si puede leerlo en su compañía.

     El tiempo pasa, ya están llegando al trágico fin cuando de golpe son interrumpidos. Irrumpe Sancho, totalmente desconcertado. Balbucea que don Quijote está en una lucha mortal con un gigante. Parece que ha matado al cruel enemigo de la princesa y le ha cortado la cabeza. Al mismo tiempo se oye otro estruendo terrible. Don Quijote está gritando y da cuchilladas contra las paredes. Sancho alza la voz y exclama que ha visto el suelo bañado de sangre y la cabeza cortada, larga como un gran cuero de vino. El ventero se atemoriza, pues en el aposento donde dormía don Quijote había grandes cueros de vino, que ahi colgaban hacia abajo. Corre para ver qué ha pasado, seguido por sus mujeres y los huéspedes.

     En medio del aposento está don Quijote en su camisa, algo demasiado corta por todos lados, da grandes cuchillazos a los cueros, y el vino rojo riega toda la estancia. Se produce un alboroto general. Furioso, el ventero arremete contra don Quijote; el cura y el barbero lo retienen. Sancho continúa la búsqueda de la cabeza del gigante. La ventera, socorrida por Maritornes, gritan y lamentan los cueros perforados y el vino derramado por el suelo. Los cueros de vino, traspasados y perforados, con el buen vino salpicando los alrededores, parece un símbolo perteneciente al daño que la estratagema monetaria de Felipe III ha producido. Y como clímax de escándalo, la princesa Micomicona, como representante del poder estatal, le dice a Sancho, al notar su búsqueda desesperada, que no se preocupe.

     La escenificación cervantina es perfecta: comienza con los molinos de viento, luego la matanza de las ovejas, y ahora los cueros de vino. Tragedia clásica en tres jornadas que evoca el desastre económico que España experimentó en el siglo XVII. Los españoles son una nación de caballeros. Están orgullosos de Carlos I y pasan por alto las faltas fatales de los últimos Austrias. Pero deberíamos recordar que, en el caso de los vellones, Cervantes sostiene los intereses legítimos de sus compatriotas despojados. Al poner el dedo en la llaga, arriesgó su vida. Ocultar sus mensajes irritantes, resultaría poco generoso con nuestro autor.

A.R.L. K.R.