Date: Tue, 24 May 2005 16:41:36 +0200
From: Edition Reichenberger <[log in to unmask]>
Subject: Coloquio Cervantes
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Dear Robert,

          Estoy encantado con el rumbo que hace nuestro Coloquio Cervantes y sobre todo con las discusiones tan importantes sobre los molinos de viento – episodio sumamente conocido – y la contribución tan acertada de Jesús Maestro sobre el aspecto ético de las imágenes alegóricas. A este momento de la discusión, tal vez es aconsejable exponer mi punto de vista personal: estoy aficionado a los aspectos retóricos del «Quijote», lo que implica el interés en las intenciones del autor, de ese Cervantes, varón erudito, veterano socarrón e – hidalgo empobrecido. Manuales como M. Fabio Quintiliano «De institutione oratoria» o Martianus Felix Capella, «Liber de arte rhetorica» enseñaron a los litigantes las estratagemas aptas a suscitar la atención de los jueces, a hacer comprenderles el punto de controversia y a convencerles de la legitimidad de las reivindicaciones. No hubo grandes procesos políticos en tiempos de los emperadores romanos, de modo que las artes retóricas no continuaron siendo de interés para los estudios jurídicos y acabaron floreciendo en los círculos filosófico-literarios y en la literatura. Desde luego, no se trataba de convencer a los jueces, sino de provocar a los lectores.

            Más tarde la retórica es parte del curriculum de las Septem artes liberales. Por ello, podemos estar seguros de que Cervantes aprendió los estilemas y las amplificaciones retóricas con los padres jesuitas en Sevilla, así bien que en las clases de Juan López de Hoyos, erasmista de renombre. Los resultados se perciben en el «Quijote» de 1605. A comenzar con las primeras páginas: „En un lugar de La Mancho de cuyo nombre no quiero acordarme.“ Ejemplo clásico del hablar irónico, combinado con la figura retórica que se llama litotes. Con el efecto de que los compatriotas de Cervantes, a la vez desorientados y curiosos, se preguntaron cual era ese lugar de La Mancha. Hoy en día, el resultado triunfal es que todos los pueblos manchegos pretenden ser ese lugar maravilloso.

            Otra figura retórica preferida es la metáfora, a veces alargada en alegorías. Puesto que en esta discusión se trata en primer lugar de imágenes alegóricas, ocupémonos con el título de la novela. El epíteto de La Mancha, dado a su protagonista de modo socarrón, insinúa alegóricamente a una mancha genealógica en el escudo de nuestro héroe. ¿Desaforado alegorismo o estratagema genial? Un problema de los más interesantes e intricantes. Los incrédulos gritarán que faltan pruebas convincentes. Sin embargo, en este caso, las hay. En el capítulo 46, el barbero apostrofa a don Quijote como „furibundo léon manchado“, maliciosamente no usando el epíteto „manchego“. Esto quiere decir, que por lo menos uno de los personajes parece compartir la sospecha incriminante, de que don Quijote sea uno ex illis, de la minoría envidiada, despreciada y perseguida de los conversos. Por otro lado, los barberos, por lo general, son parlanchines estúpidos o vanos. Cervantes no lo ha dicho nunca con expressis verbis, sino lo insinúa solamente, ayudado por estratagemas retóricas, en particular alegóricas que, en este caso en particular, tienen la ventaja que el lector, de un lado desorientado e inseguro, tiene la posibilidad de elegir e interpretar lo escrito de la manera que a él le conviene más.

            Con el efecto de que la discusión, provocada por Cervantes, irritaba no solamente a sus compatriotas sino siglos más tarde a los eruditos del mundo entero: a partir de Américo Castro y Marcel Bataillon, gran parte de los cervantistas en los Estados Unidos aseveran que don Quijote es un cristano nuevo, mientras los círculos conservadores en España estan firmamente convencidos de lo contrario. Por lo que concierne los molinos de viento no veo la alternativa a una interpretación alegórica. Por lo menos, hasta que se me da un motivo convincente – por loco que uno sea – de arremeter contra unas torres ingentes que son molinos de viento. Con su declaración que se trata de unos gigantes, don Quijote (estimulado por el autor) da a sus lectores una indicación que no se puede desatender. En el mito griego, los gigantes, hijos de la Tierra, amontonan los montes Pelión y Osa, para comenzar la lucha contra los dioses olímpicos. También en la Biblia aparecen gigantes, y en su soberbia, los hijos de Seth, para igualarse a Dios, construyen la Torre de Babel. En la Gigantomaquía, omnipresente en el mito griego, los gigantes son vencidos por los dioses olímpicos con la ayuda de un mortal, el héroe tebano Hércules. Hércules, como nuestro héroe, enloquece, y en uno de sus trabajos tenía que limpiar las caballerizas del rey. Don Quijote, enloquecido también, se considera estar en una situación análoga: el mundo en el que vivimos le parece un estercolero inmenso, y, como caballero cristiano, se considera obligado a una lucha altruista y noble. Lo que ataca con ímpetu generoso, son torres enormes, símbolos de los poderosos, arrogantes e injustos.

          Por encima, Cervantes no se contenta con evocar la bíblica Torre de Babel, símbolo de soberbia de los impíos, sino especifica: estas torres alegóricas son especificadas como molinos de viento; con esta estratagema evoca un procedimiento usado en la producción de las tradicionales monedas de plata. Por razones solamente conocidas por los expertos, estas monedas contenían una cantidad minimal – el uno por ciento – de cobre. Para producir la aleación deseada, era necesario fundir los metales y mezclarlos con vehemencia. Los operarios llamaban el procedimiento braceaje de molino, puesto que les recordaba las rotaciones vehementes de las astas de un molino de viento. En concordancia con este procedimiento particular, las monedas de plata acuñadas en Castilla desde finales del siglo XV se llamaban en la jerga de los técnicos moneda de molino.

          En otras palabras, hay una analogía evidente entre los molinos del episodio quijotesco con la moneda de molino, abolido por escandalosas maquinaciones financieras. Para el enfurecido lector contemporáneo, era obvia la correlación entre el maniático ataque de don Quijote a los molinos de viento con el proceder de Felipe III, que transformó la tradicional moneda de molino, moneda de plata, en moneda de cobre, el vellón, en teoría equivaliente, pero prácticamente sin valor alguno. Los conciudadanos de Cervantes, estaban al rojo vivo contra un rey irresponsable, que arruinaba sus fortunas privadas para financiar las festividades de la corte. En 1605, este mensaje cifrado, que frisaba el crimen laesae majestatis, era de suma actualidad. Que los compatriotas de Cervantes comprendían sus sugerencias alegóricas está comprobado por el entusiasmo con que aclamaron el «Quijote» cuando fue impreso.

Best

Kurt