Date: Tue, 31 May 2005 16:55:02
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From: thomas o'connor <[log in to unmask]>
Subject: Re: Septimo tema de discusion del Coloquio Cervantes
X-Sender: [log in to unmask]
To: "A. Robert Lauer" <[log in to unmask]>,
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X-Mailer: QUALCOMM Windows Eudora Version 6.1.0.6
Original-recipient: rfc822;[log in to unmask]
Te agradezco muchísimo, Kurt, la oportunidad que me das de comentar,
personalmente, respecto a esta novela deliciosa de mi maestro. En un
Congreso Internacional sobre Calderón en 2000, que tuvo lugar en Ottawa,
me referí a la novela en estos términos: "Y no olvidemos al P.
Villaescusa de la 'Crónica del rey pasmado', novela irónica, graciosa y
asaz apicararda...de...GTB. El capuchino fanático, además de frustrar que
el joven Felipe IV viera desnuda a la reina, hizo que el conde de
Olivares y su consorte copulasen en el coro de la iglesia del monasterio
de San Plácido, circundados los dos por monjas que iban cantando el salmo
50 después del "Sanctus" de una misa burlona y sacrílega. Este
rito de inseminación insólito tenía por objetivo la procreación de un
heredero para el conde, pero "a condición de que... hiciera esto,
eso y aquello...". Un colega nuestro se escandalizó y comentó
pública y negativamente sobre la referencia, debido al contenido
"indecente" de esta novela, especialmente en un congreso
académico. La primera parte del título de mi ponencia era "Calderón
y la censura". ¡Vaya tema para discutir entre lectores curiosos! Si
uno quisiera escandalizarse, que lea p. 206 de la novela donde el jesuita
"misterioso" le pregunta al Gran Inquisidor: "¿cree usted
en Dios?" ¡Vaya socorronería típica de mi maestro! Como
todos saben, GTB era un gran cervantista, y el tema propuesto no es de
ninguna manera baladí.
Tom
O'Connor
At 09:08 PM 5/25/2005, A. Robert Lauer
wrote:
<http://www.ou.edu/cervantes/coloquiocervantes.html>COLOQUIO
CERVANTES
<http://lists.ou.edu/archives/cervantes-l.html>
Foro de Kurt Reichenbergerr & A. Robert Lauer
Séptimo tema de discusión:
Favor de responder al siguiente tema mandando su opinión a cualquiera de
los siguientes números:
<http://www.ou.edu/cervantes/coloquiocervantes.html>
o
<<mailto:[log in to unmask]>[log in to unmask]>
Gritos de alarma innecesarios: los casos de Gonzalo Torrente Ballester y
Miguel de Cervantes
Al centro de la novela «Crónica del rey pasmado», novela de Gonzalo
Torrente Ballester, está una discusión vehemente delante de los clérigos
de la Santa Inquisición respecto a los „caprichos“ del rey, en este caso
el jovencísimo Felipe IV, quien pasó una noche de putas con una tal
Marfisa, hetera renombrada en la corte y la villa madrileña. La discusión
de ese tema cargado de erotismo el joven rey ha expresado la
voluntad de ver a la reina desnuda ocupa, escandaliza y divierte a
los miembros de la Santa, dada la discusión furiosa entre el padre
Villaescusa, fraile fanático que pretende que en Galicia todos son brujas
o hechiceros, y el padre Almeida, joven jesuita, a quien no le gustan ni
la exagerada severidad, ni los autos de fe, que su oponente propaga.
Discusión enfurecida, si no brutal en sus consecuencias funestas. Pero el
autor del libro, Torrente Ballester, la relata marcando los aspectos
cómicos del debate. Con el resultado de que parte de los miembros de la
Santa están divertidos de tanto estrépito y barullo, otra parte
indignados, hasta escandalizados. Evidentemente, el mismo desacuerdo
separa a los lectores modernos.
Pude averiguarlo en ocasión de
un congreso en Pamplona al que asistí. Al cenar hablábamos de lecturas
divertidas, y mencioné la «Crónica» del rey pasmado, con un efecto
sorprendente: uno de los comensales se indignó de ese libro que consideró
irreverente, si no blasfemo. Ignacio Arellano y Lía Schwartz se
abstuvieron de comentar el asunto, de modo que no pensé, aunque curioso,
de insistir. Semanas más tarde, mencioné el asunto hablando con un
teólogo que hace parte del equipo que está editando las Actas del
Concilio de Trento. Al oír mis preocupaciones respecto al libro de
Torrente Ballester, se rió a carcajadas y afirmó que el autor, burlándose
de frailes fanáticos como ese padre Villaescusa de la «Crónica», estaba
en perfecta correspondencia con los venerables Padres de Trento, quienes,
a lo largo de casi todas las sesiones se esforzaban a impedir o por lo
menos suavizar y poner cierto orden a los sermones incendiarios,
promulgados por frailes exagerados, patanes atiborrados de textos en
latín venidos de la gleba, fugitivos del arado. De modo que, tras
considerar debidamente las circunstancias predominantes en la situación
histórica, el sentido de la contienda cambia por completo. Lo que a
primera vista parece agresión impía, si no blasfema, está en realidad en
concordancia perfecta con la situación histórica y con las intenciones
reformadoras de los Padres del Concilio de Trento.
Todo esto, ciertamente, presentado por el autor de una manera alegre,
burlona, pero a pesar de ello no menos digno de consideración
profundizada. La terquedad rigurosa y obstinada del fraile capuchino,
para hacerla resaltar con gran efecto, está enfrentada con las
razonamientos casuísticos de su contratante, el padre Almeida de la
Societate Jesu, maniobra que enfrenta las iracundias del capuchino con
las sutilezas ingeniosas atribuidas a los jesuitas. Artificios que
prestan a la sesión ceremoniosa y solemne las sorpresas disparatadas de
los entremeses cervantinos. No cabe la menor duda de que, en ambos casos,
el tono ligero, despreocupado, si no frívolo, no debería desviar la
atención de la envergadura histórica y trascendental de los asuntos
discutidos, a pesar de esa tonalidad burlona, elegida por un autor
dedicado al precepto horaciano del «Ridendo dicere verum».
De modo que, otra vez ocupado en el «Quijote» de 1605 y enfrentado con
problemas semejantes: ¿Qué pensar de un Cervantes, burlándose del cura
del pueblo y del canónigo de Toledo? ¿Es debidamente la oveja negra entre
círculos eclesiásticos, o es solamente consecuencia de un entendimiento
tardo, favorecido por la distancia de cuatrocientos años que nos separan
de su «Quijote»? Hay que conceder que Cervantes se burla de los clérigos
de su tiempo. ¿Muy mal ejemplo? No, porque lo hace en perfecta
concordancia con los venerables Padres del Concilio, disputando ocho años
para conseguir la reforma adecuada a la Iglesia de su tiempo.
Kurt Reichenberger