Date: Wed, 28 Sep 2005 02:44:03 -0700
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Subject: Re: Fwd: Quijote
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Quoting "A. Robert Lauer" <[log in to unmask]>:



¿Quiénes son los duques de Hermosilla, título inexistente en la nobleza
española?  Existe un marqués de Hermosilla, pero éste fue título creado en el
siglo XVIII. Con un saludo, Juan Bautista Avalle-Arce



Date: Mon, 26 Sep 2005 16:48:12 +0200
From: Edition Reichenberger <[log in to unmask]>
Subject: Quijote
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Estimadas colegas, estimados colegas:



El estupendo hallazgo de César Brandatiz que acabamos de comunicarles, abre nuevos horizontes y nos parece de suma importancia para los estudios cervantinos. El autor de Cervantes decodificado ha acertado: secuencias, personajes, escenografía, todo está en correlación perfecta con los capítulos correspondientes de la Segunda Parte del Quijote (II 30-57). Pero hay mucho más: está de sumo interés para el entendimiento <?xml:namespace prefix = st1 ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags" />del proceso creativo inaugurado por Cervantes. Agobiado de trabajo hasta la coronilla, adopta el orden de sucesión que halla en el tratado de Andrés Muñoz, quien relata „las fiestas que el conde de Benavente hizo en su villa al príncipe“, es decir en ocasión del Viaje de Felipe Segundo a Inglaterra en 1554.



Cervantes se sirve de esta estructura pormenorizada y llena de elogios como de un concepto guía. Pero en vez de llenar ese saco vacío de encomios entusiamados, le sirve de ocasión para dar principio a una invectiva contra los grandes y poderosos. Invectiva, en comparación a la que el discrédito de don Fernando en el Quijote de 1605 es zalamería lisonjera.



            Sin embargo, había un inconveniente, y Brandariz, claro está, lo sabe: Los duques de Benavente apartenían al grupo aristocrático montañés, protectores de Miguel de Cervantes Saavedra. Ofenderles en las personas de los duques de Benavente, atribuéndoles burlas e intrigas de una crueldad excesiva, realmente criminal, no era posible. Si al principio la duquesa de Benavente, habiá sido el blanco de la invectiva, ahora su linaje aragonés insinuaba a Cervantes una escapatoria genial: Sin pestañear, movió el escenario de los episodios tan ofensivas desde el palacio de Granucillo, cerca de Benavente, a la residencia de placer de los duques aragoneses no lejos de Zaragoza. Exactamente, se trataba de los VII duques de Villahermosa, don Carlos de Borja y doña María Luisa de Aragón, quienes poseían el palacio de Buenavía, en las inmediaciones de Pedrola.



            En otras palabras, la descripción de la casa de placer y del ambiente, es la imagen de Granucillo, mientras los personajes apuntados por la invectiva son los duques de Villahermosa: la duquesa, doña María de Aragón fue menina y luego dama de la reina doña María de Austria, esposa de Felipe III. A la muerte de su padre, heredó el ducado de Villahermosa y Luna. Con un paso tan decidido el alcance político de los episodios situados en el palacio de los duques resulta trastornado por completo.



            Llegados a este punto, parece aconsejable recordar ciertos detalles en el trasfondo histórico, relacionados con Felipe II, su Secretario de Estado Antonio Pérez y los duques de Hermosilla. No cabe duda, las relaciones entre los miembros de la casa de los duques de Villahermosa y Felipe II son un verdadero pandemonio. Éste insiste en sus derechos de monarca enviado de Dios, y aquellos, como toda la nobleza y el menudo pueblo de Aragón juran con fervor fanático en la validez primaria de los fueros aragoneses. Un asunto espinoso que, en los últimos decenios del reinado de Felipe II, se transforma en motines encarnecidos.



Gonzalo Pérez y Antonio Pérez, éste nacido en 1540, vienen de un linaje aragonés. Tienen estrechas relaciones con don Fernando, duque de Hermosilla. Antonio Pérez, designado en 1567 para el oficio de secretario del Estado, sabe ganar la confianza absoluta del rey, pero cae en desgracia en 1578. Había convencido a Felipe II de que Juan de Escobedo, secretario de don Juan de Austria, era responsable del crimen de alta traición. El duque de Villahermosa envió unos espadachines de su casa, y con la concordancia de Felipe II, Escobedo fue asesinado. Pero tras la muerte de don Juan de Austria, el rey aprendió que Escobedo era inocente, y que su secretario lo había urdido para esconder sus maquinaciones financiarias en Flandes. Para salvar su piel, los espadachines que Villahermosa había enviado al secretario, lo traicionaron. Antonio Pérez, encarcelado, logró a huir a Aragón. Organizó un motín de la nobleza aragonesa, capitaneada por el duque de Villahermosa, y don Luis Jiménez Urrea conde de Aranda. El motín se convirtió en excesos de la plebe enfurecida; la nobleza aragonesa se distanció, y el motín fue derribado por las tropas llegado de Castilla. Antonio Pérez pasó la frontera francesa. Villahermosa y el conde de Aranda fueron sentenciados y murieron en la carcel.



            Resulta que, con el trueque de Granucillo al palacio de Buenvía, y él de los duques de Benavente por los de Villahermosa, Cervantes había acertado: en la corte madrileña, está claro, había poca simpatía con la nobleza aragonesa, tan chiflados en hacer prevalecer la validez de sus fueros.



            De todos modos, los episodios en el palacio de los duques se presentan como un laberinto intencionado. Cervantes, malicioso, no deja ninguna oportunidad, da golpes tremendos a todas partes. Porque, no sólo don Quijote y Sancho son blanco de sus burlas atrevidas, sino también los duques aragoneses de Hermosilla y Luna.



            ¿Un ejemplo? Nada más ilustrativo que el diálogo entre Sancho y los duques en II 41, interpretado por Augustin Redondo. Después del supuesto viaje por el aire, sentados sobre las ancas de Clavileño, los duques van a preguntarle a Sancho „como le había ido en aquel viaje“, pidiéndole detalles sobre lo que había divisado. Durante el simulado vuelo por las regiones cósmicas, Sancho había apartado un poquito la benda que le cubría los ojos. Por ello sabe que todo ha sido engaño y que Clavileño nunca se ha movido del suelo. Pero decide aceptar el juego, asume su papel de bufón e inventa una divertida evocación de lo que ha visto. Dice que, gracias a ese „vuelo por encantamiento“, se han acercado a las Siete Cabrillas, - es decir la constelación de las pleyades-, y que, como fue cabrero en su tierra, se „entretuve con las cabrillas“, evocando con el ambiguo „entretuve“ una situación delicada, veladamente erótica. La duquesa, antes tan entusiasmada del escudero „discreto“, quiere poner fin a sus burlas frescas, pero no puede admitir que la supuesta aventura caballeresca se basaba en una mentira. Interviene el duque, pero, en resumidas cuentas, es ese campesino iletrado quien domina la situación. A finales, el duque, irritado de una resistencia que le sorprende, pierde la paciencia y, para echarle la cremallera a ese impertinente, recorre a una grosería vulgar:

Decidme, Sancho - preguntó el duque -: ¿vistes allá entre esas cabras un cabrón?

Espera que el escudero, intimidado, se calle la boca. Pero, no es él quien triunfa, sino un Sancho imperterrido, que, sin pestañear, le responde: „No señor, pero oí decir que ninguno (quiere decir ningún cabrón) pasaba de los cuernos de la luna“. Esta respuesta, a primera vista tan inocente, hace que el duque se enmudece, efectivamente queda sin voz. No sin causa, „el carísimo lector“ supone, que la breve respuesta de Sancho ha sido tan aplastante, que el duque prefiere no entender la afrenta tremenda, escondida entre palabras tan inocentes. A primera vista. La solución definitiva está en una disemia del término luna, parecida a la que corresponde a la palabra cuernos, relacionados al concepto de la honra: concepto central en el mundo aristocrático del duque, cosa insignificante en él del escudero. Se trata de un bulto de acontecimientos escandalosos en la familia de los duques de Villahermosa y Luna.



            El hermano del padre de doña María, don Juan Alonso de Aragón, contrajo matrimonio con doña Luisa de Cabrera, hermana del marqués de Villena. Esta señora era, según parece, muy liviana y, a pesar de estar casada, tuvo una deshonesta y ostentosa relación con un noble toledano. Su soltura de vida era tan pública que todos sabían que le ponía cuernos a su marido. Éste exigió que su mujer se viniera a Pedrola, pero poco después de emprender el viaje, murió de manera violenta. Se murmuró que el marido era responsable de su muerte, por lo menos lo creyó el cuñado de doña Luisa, el conde de Chinchón, que gozaba la confianza de Felipe II. Afirmó que no hubo infidelidad conyugal y pretendió vengar a doña Luisa. El marido, asustado, intentó pasar a Italia, pero fue preso y, fulminado su proceso, se le condenó a muerte, sentencia que se ejecutó en 1573 con el consiguiente agravio para el linaje de Villahermosa y Luna. Considerado este trasfondo, la respuesta de Sancho cobra un sentido preciso: „cuernos de la luna“ serán los de la Casa de Villahermosa y Luna. Por ello, ningún cabrón, en sentido figurado, podía ser mas cornudo que ese vástago de la Casa de Luna, es decir que ninguno podía sobrepasar sus cuernos. Ya que la ominosa afrenta recaía sobre todo el linaje ducal, el duque del Quijote no podía menos de hacerse el desentendido callar y pasar a otra cosa. En resumidas cuentas, Cervantes intenta un efecto bastante atrevido, preparando un juego entre dos destinatarios distintos: la nobleza reunida en la Corte madrileña de Felipe III, y los nobles en tierras de Aragón, tan orgullosos de sus fueros separatistas y tan agresivos. Recordemos el encuentro de Sancho con la duquesa (II 30). La apostrofe del escudero, abigarrada de locuciones caballerescas, ha resultado estrafalaria. Pero la señora con el halcón en la mano le contesta de manera benigna e indulgente:



Por cierto, buen escudero ­ respondió la señora ­ , vos habéis dado la embajada vuestra con todas aquellas circunstancias que tales embajadas piden. Levantaos del suelo, que escudero de tan gran caballero como es el de la Triste Figura, de quien ya tenemos acá mucha noticia, no es justo que esté de hinojos, levantaos, amigo, y decid a vuestro señor que venga mucho enhorabuena a servirse de mí y del duque mi marido, en una casa de placer que aquí tenemos.



La respuesta de la duquesa es precisa y detallada; menciona que sabe quien es el Caballero de la Triste Figura, detalle que implica que ha leído la Primera Parte del Quijote; sabe quien es Sancho, con admirable presencia de ánimo preve las posibilidades de divertirse de los dos con interminables burladas y, les ofrece sus servicios, los suyos y los del duque su marido. Intercalando de manera discreta que es duquesa, pero no lo determina con de Villahermosa y Luna. Ni menciona el nombre de su residencia de placer que podría identificarla.



       Cervantes, por lo general tan meticuloso ­ en el episodio del manteamiento de Sancho, cita profesión y residencia de los guasones ­ pero, en este caso, queda reservado y no dice nada. Calla la boca durante once (!) capítulos que pasan en el palacio de placer. Son los duques que se divierten, la duquesa que enhila las intrigas, y el duque que da las órdenes. Once capítulos hasta la revelación cifrada a finales del diálogo vehemente entre el duque irritado y un Sancho triunfante.



       Para apreciar los efectos intentados por Cervantes, es aconsejable cambiar al punto de vista y de situarnos en la persona del „carísimo lector“, presente en los círculos de la corte madrileña. Al leer las invectivas contenidas en los capítulos 30 hasta inclusive 40, estaba al rojo vivo y rechinaba los dientes: Cervantes, un vil traidor que se mofa tan impertinentemente de los grandes de España y de su nobleza. Luego, tras la lectura del capítulo II 41, ¡qué alivio! No somos nosotros los incriminados, no somos nos el culo del fraile, sino esos aragoneses, esos rebeldes desvergonzados, tan orgullosos de sus fueros. Razones acertadísimas. ¡Viva ese Cervantes ! Con esto resulta una vista completamente nueva de gran parte del Quijote de 1615, particularmente con respecto a las avventuras e intrigas en el palacio de los duques.



A.R.L.
 >   K.R.