A quien toma el término dramático en un sentido bastante largo, casi
todos los episodios del «Quijote» de 1605 tienen un aspecto dramático: el
protagonista, enloquecido por la lectura exagerada de los libros de
caballerías ve un mundo fantástico, lleno de gigantes, hechiceros y
princesas menesterosas; a la vez, se ve obligado a intervenir, espuela a
su flaco caballo y ataca. Por lo general, con resultados desastrosos para
él y para los viajeros a quienes encuentra en los caminos de La Mancha.
Episodios dramáticos que, por su absurdo evidente, invitan al „carísimo
lector“ a interpretar la situación con recursos al modo alegórico. Como
ejemplos típicos pensamos en los ataques quijotescos a los molinos de
viento, que don Quijote considera ser malvados gigantes; a los rebaños de
ovejas, en los que ve enormes ejércitos y, finalmente, a los cueros de
vino en la venta de Juan Palomeque, enemigos brutales de la princesa
Micomicona. Por otro lado, el aspecto dramático, en un sentido más
concreto y más profesional, implica la existencia de unos actores, una
acción teatral y un público interesado. Con respecto a esta variante, el
«Quijote» de 1605 presta también casos significativos y, por encima, muy
divertidos.