Estimados colegas del Coloquio Teatro de los Siglos de Oro,

Si han recibido este mensaje, sus nombres han sido añadidos automáticamente al nuevo Coloquio Teatro de los Siglos de Oro, cuyos moderadores son Kurt Reichenberger (Kassel, Alemania) y A. Robert Lauer (Norman, OK, EEUU) y cuya página electrónica es la siguiente: <http://www.ou.edu/teatro/coloquioteatro.html>.  Este foro comparte con la lista de la AITENSO y del Coloquio Cervantes un amplio directorio con enlaces electrónicos de 706 colegas de 22 países y 3 continentes y, al igual que la lista de la AITENSO, una amplia bibliografía selecta sobre teatro áureo, así como enlaces a casas editoriales, festivales de teatro y otros sitios de interés.  Favor de navegar a su gusto.
El Coloquio Teatro de los Siglos de Oro tiene como misión discutir temas que versen sobre el teatro hispánico áureo.  Habrá dos o tres temas de discusión al mes.  Se les invita a los amables colegas que participen en él.  Sus valiosos comentarios serán añadidos a la página electrónica y catalogados en los archivos del Coloquio.  La forma más fácil de responder a los temas propuestos abajo (que, curiosamente, tratan en esta ocasión aspectos teatralizados de Don Quijote) es mandando sus comentarios respecto a los temas II o III (favor de ver abajo) a cualquiera de las tres direcciones que gusten:
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Cordiales saludos de los moderadores
KR & ARL

Asuntos críticos de discusión para este mes:
Tema de discusión
(SEPTIEMBRE)
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Escenas teatrales (II)

Andrés azotado y un juez de tarda comprensión

                         El episodio con el joven Andrés, la primera hazaña de don Quijote, armado caballero por el ventero
                    andaluz y las dos rameras como testigos, tiene el aspecto de un entremés, a la manera del irónico entremés
                    «Los alcaldes de Daganzo».  Tres personajes: Juan Haldudo el Rico, labrador terrateniente y ganadero,
                    hombre severo, pero justo.  Su pastorcillo Andrés, un joven taimado y, como juez compasivo, de tarda
                    comprensión, nuestro protagonista.  El código de la caballería andante estipula que sus seguidores deben
                    eradicar la injusticia del mundo y socorrer a los oprimidos. Es éste un estatuto muy digno de loa, y don
                    Quijote arde en deseos de mostrar su valía.  La ocasión se le presenta antes de lo esperado.  De la
                    espesura de un bosquecillo se alzan gritos de dolor. Don Quijote entra en el bosque y ve a un joven atado
                    al tronco de un árbol y un varón que le azota al tiempo que le reprende: que cada día falta una de sus
                    ovejas.  Movido e indignado de tanta crueldad, don Quijote no repara en lo que balbucea el muchacho
                    azotado:
                    «No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de
                    aquí adelante más cuidado con el hato».
                         Un lector avispado entiende lo que Cervantes insinúa con el ostentivamente repetido „no lo haré otra
                    vez“: es decir que los zagales se comían los corderos y echaban la culpa al lobo.  Pero don Quijote, esta
                    ánima cándida, tardo en comprensión, no sospecha del pobre pastorcillo de tan baja actitud.  Adopta una
                    postura amenazante y ordena al sayón que desligue a su víctima.  Acobardado, Juan Haludo el Rico
                    contempla la figura del caballero y se apresura a obedecer sus órdenes.  Intenta justificar sus acciones,
                    pero don Quijote rechaza toda discusión.  Calcula el monto de la deuda por nueve meses de servicio, con
                    obvia falta aritmética.  El campesino, profundamente humillado, se excusa por no tener consigo el dinero,
                    pero jura „por todas las órdenes que de caballerías hay en el mundo“ que pagará la deuda hasta el último
                    real tan pronto regresen a casa.  Andrés se teme lo peor e intenta oponerse a este acuerdo.  Pero el
                    gallardo caballero no atiende a razones, pica de espuelas a Rocinante y se aleja satisfecho.  Tan pronto se
                    pierde de vista, el campesino ata de nuevo al joven al árbol y le azota con mayor saña.  Episodio
                    divertido, con altibajos dramáticos y, a la vez, una lección fundamental para ánimas cándidas que intentan
                    eradicar las injusticias en el mundo: por lo general, los conflictos de intereses son tan complicados que no
                    se puede descuidar ningún detalle, tan marginal que a primera vista pudiera parecer.


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Tema de discusión
SEPTIEMBRE)

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Escenas teatrales (III)

La noche turbulenta en la venta de Juan Palomeque, o Cervantes y la invención del personaje
moderno

                                Vapuleados por los pastores de Yanguas, don Quijote y Sancho llegan a la venta de Juan
                    Palomeque el Zurdo.  Son acogidos por un trío femenino: la mujer del ventero, su atractiva hija y
                    Maritornes, la moza asturiana, mujer robusta y tan fea que parece un aborto del diablo.  En un cobertizo
                    preparan una cama improvisada para don Quijote y, dado que su cuerpo es todo golpes y heridas, la
                    ventera y su hija le aplican un ungüento mientras Maritornes aguanta la candela.  Don Quijote está
                    convencido de que la venta es un castillo y las tres mujeres damas ilustres.  Cuando la ventera y su hija
                    desaparecen, Maritornes, caritativa, unta también a Sancho, que está no menos maltrecho que su señor.
                                Al mismo tiempo, Cervantes informa a sus lectores sobre el programa de Maritornes respecto a la
                    noche venidera.  Tiene una cita con un arriero, que duerme en el mismo cobertizo; Maritornes le ha
                    prometido visitarle.  Irónicamente, Cervantes añade que siempre acostumbra a cumplir semejantes
                    promesas, lo que quiere decir que Maritornes es de cascos ligeros y le gusta regocijarse en las camas de
                    los huéspedes.
                                Luego ocurre un desastre, causado por don Quijote.  A media noche, cuando Maritornes entra, en
                    camisa, tratando de orientarse en la oscuridad, don Quijote la coge por el brazo, la echa sobre su cama y
                    comienza a hablarle: de su lealtad a su Dulcinea y que, apaleado y hecho pedazos, no le será posible
                    acumplir sus deseos.  Cree que Maritornes es una princesa enamorada, hija atractiva del señor del
                    Castillo.
                                El arriero, celoso, se acerca; cuando apercibe que Maritornes trata en vano de escapar de los
                    brazos de don Quijote, se mete entre los dos y le da al caballero un terrible puñetazo en la cara.  La cama
                    improvisada se derrumba y despierta al ventero por el estruendo.  Éste llega con un candil, maldiciendo a
                    Maritornes, a quien cree motivo del alboroto nocturno.  Asustada por sus gritos furiosos, Maritornes se
                    abriga cerca de Sancho, quien duerme en paz a los pies de su señor.  Molestado por su peso, Sancho le da
                    coces y Maritornes le da palos a Sancho.  El ventero apalea a Maritornes, el arriero a Sancho.  Se arma la
                    marimorena.
                                En el caso de que teatro se define por acción vehemente, esto puede considerarse un tope.
                                Por otro lado, no cabe duda de que esta Maritornes es una de las personas más interesantes del
                    «Quijote» de 1605.  Interesante sobre todo por la mezcla irritante en los componentes de su carácter. En
                    vivo contraste con la atractiva hija del ventero, Maritornes es fea, y en este punto Cervantes insiste,
                    entrando en detalles.  La fealdad, en la tradición, es atributo de los diablos, pero Maritornes tiene el ánimo
                    lleno de compasión, unta al apaleado Sancho y al manteado le da de beber.  No cabe duda de que tiene un
                    alma cristiana y caritativa.
                               Además, Cervantes acentúa que Maritornes viene de Asturias, tierra de los godos, cristianos viejos
                    que se consideran ser nobles hidalgos.  De modo que la combinación verbal «moza asturiana» está
                    compuesta de conceptos incompatibles, al modo oximorónico.  También aquí, Cervantes insiste, con ironía
                    evidente: los godos, se opina, son gente de estatura grande, imponente; Maritornes, considerado su pobre
                    cuerpo, es todo menos que imponente.  Por añadidura, Cervantes menciona que, por presumirse muy
                    hidalga, nunca dio su palabra sin que la cumpliese.  Pero, lo que a primera vista parece un panegírico,
                    solamente confirma sus inclinaciones lascivas.
                                Por otro lado, Cervantes insinúa mucho más.  Al dar otro vistazo a los episodios en la venta,
                    Maritornes es la copia tipológica de María Magdalena, quien al principio de su carrera era también una
                    gran pecadora.  En la tradición cristiana, por lo menos tres personajes han sido entreverados.  En el
                    evangelio según San Marcos y San Mateo, Jesús es huésped de Simón el leproso.  Llega una mujer con un
                    vaso de ungüento y unta la cabeza de Jesús.  Sus discípulos están escandalizados; habrían preferido vender
                    el vaso y distribuir el dinero entre los pobres.  Jesús rechaza su argumento, diciendo que es una obra pía,
                    como previsión de su muerte cercana y un acto memorable (San Marcos 14, San Mateo 26: 6-13).  San
                    Lucas describe una escena análoga en casa del fariseo Simón, más larga y más polémica.  La mujer baña
                    los pies de Jesús con sus lágrimas y los seca con sus cabellos.  Luego unta su cabeza y Jesús le perdona
                    sus pecados (San Lucas 7: 37-48).  En el próximo capítulo aparece María de Magdala, que es salvada por
                    Jesús de las uñas de siete diablos.  En el texto de San Juan, el episodio ocurre en casa de Lázaro.  Con él
                    está su hermana María, quien unta los pies de Jesús y es Judas quien protesta (San Juan 12: 1-8).
                                Ya en tiempos antiguos, la distinción entre María de Magdala y María de Betania produjo
                    inseguridad.  Fue complicado por las pecadoras sin nombre y resultó una concentración intrincada.  Desde
                    hacia el año 1500, María Magdalena, penitente, es promovida a ser una de las santas más conocidas.  La
                    analogía tipológica es obvia: La ventera y su hija untan solamente a don Quijote, pero Maritornes cura al
                    pobre Sancho, quien necesita el ungüento no menos que su señor.  Maritornes, la moza asturiana, tiende a
                    los pecados de la carne, pero tiene un corazón compasivo, y esto hace olvidar sus faltas.
                                Una pregunta indiscreta al carísimo lector: ¿Que le parece, podemos considerar este capítulo
                    relacionado con la vida de Miguel de Cervantes? ¿Es casi un estimulo alentador dirigido a su amada
                    hermana Magdalena para enfrentar las desilusiones amorosas de una perra vida?


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Prof. A. Robert Lauer
The University of Oklahoma
Dept. of Modern Langs.,  Lits., & Ling.
780 Van Vleet Oval, Kaufman Hall, Room 206
Norman, Oklahoma 73019-2032, USA
Tel.: 405-325-5845 (office); 405/325-6181 (OU dept.); Fax: 1-866-602-2679 (private)
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