Estimados colegas del Coloquio Teatro de los Siglos de Oro,

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El Coloquio Teatro de los Siglos de Oro tiene como misión discutir temas 
que versen sobre el teatro hispánico áureo.  Habrá dos o tres temas de 
discusión al mes.  Se les invita a los amables colegas que participen en 
él.  Sus valiosos comentarios serán añadidos a la página electrónica y 
catalogados en los archivos del Coloquio.  La forma más fácil de responder 
a los temas propuestos abajo (que, curiosamente, tratan en esta ocasión 
aspectos teatralizados de Don Quijote) es mandando sus comentarios respecto 
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Cordiales saludos de los moderadores
KR & ARL

Asuntos críticos de discusión para este mes:
Tema de discusión
(SEPTIEMBRE)
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Escenas teatrales (II)

Andrés azotado y un juez de tarda comprensión

                          El episodio con el joven Andrés, la primera 
hazaña de don Quijote, armado caballero por el ventero
                     andaluz y las dos rameras como testigos, tiene el 
aspecto de un entremés, a la manera del irónico entremés
                     «Los alcaldes de Daganzo».  Tres personajes: Juan 
Haldudo el Rico, labrador terrateniente y ganadero,
                     hombre severo, pero justo.  Su pastorcillo Andrés, un 
joven taimado y, como juez compasivo, de tarda
                     comprensión, nuestro protagonista.  El código de la 
caballería andante estipula que sus seguidores deben
                     eradicar la injusticia del mundo y socorrer a los 
oprimidos. Es éste un estatuto muy digno de loa, y don
                     Quijote arde en deseos de mostrar su valía.  La 
ocasión se le presenta antes de lo esperado.  De la
                     espesura de un bosquecillo se alzan gritos de dolor. 
Don Quijote entra en el bosque y ve a un joven atado
                     al tronco de un árbol y un varón que le azota al 
tiempo que le reprende: que cada día falta una de sus
                     ovejas.  Movido e indignado de tanta crueldad, don 
Quijote no repara en lo que balbucea el muchacho
                     azotado:
                     «No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de 
Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de
                     aquí adelante más cuidado con el hato».
                          Un lector avispado entiende lo que Cervantes 
insinúa con el ostentivamente repetido „no lo haré otra
                     vez“: es decir que los zagales se comían los corderos 
y echaban la culpa al lobo.  Pero don Quijote, esta
                     ánima cándida, tardo en comprensión, no sospecha del 
pobre pastorcillo de tan baja actitud.  Adopta una
                     postura amenazante y ordena al sayón que desligue a su 
víctima.  Acobardado, Juan Haludo el Rico
                     contempla la figura del caballero y se apresura a 
obedecer sus órdenes.  Intenta justificar sus acciones,
                     pero don Quijote rechaza toda discusión.  Calcula el 
monto de la deuda por nueve meses de servicio, con
                     obvia falta aritmética.  El campesino, profundamente 
humillado, se excusa por no tener consigo el dinero,
                     pero jura „por todas las órdenes que de caballerías 
hay en el mundo“ que pagará la deuda hasta el último
                     real tan pronto regresen a casa.  Andrés se teme lo 
peor e intenta oponerse a este acuerdo.  Pero el
                     gallardo caballero no atiende a razones, pica de 
espuelas a Rocinante y se aleja satisfecho.  Tan pronto se
                     pierde de vista, el campesino ata de nuevo al joven al 
árbol y le azota con mayor saña.  Episodio
                     divertido, con altibajos dramáticos y, a la vez, una 
lección fundamental para ánimas cándidas que intentan
                     eradicar las injusticias en el mundo: por lo general, 
los conflictos de intereses son tan complicados que no
                     se puede descuidar ningún detalle, tan marginal que a 
primera vista pudiera parecer.


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Tema de discusión
SEPTIEMBRE)

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Escenas teatrales (III)

La noche turbulenta en la venta de Juan Palomeque, o Cervantes y la 
invención del personaje
moderno

                                 Vapuleados por los pastores de Yanguas, 
don Quijote y Sancho llegan a la venta de Juan
                     Palomeque el Zurdo.  Son acogidos por un trío 
femenino: la mujer del ventero, su atractiva hija y
                     Maritornes, la moza asturiana, mujer robusta y tan fea 
que parece un aborto del diablo.  En un cobertizo
                     preparan una cama improvisada para don Quijote y, dado 
que su cuerpo es todo golpes y heridas, la
                     ventera y su hija le aplican un ungüento mientras 
Maritornes aguanta la candela.  Don Quijote está
                     convencido de que la venta es un castillo y las tres 
mujeres damas ilustres.  Cuando la ventera y su hija
                     desaparecen, Maritornes, caritativa, unta también a 
Sancho, que está no menos maltrecho que su señor.
                                 Al mismo tiempo, Cervantes informa a sus 
lectores sobre el programa de Maritornes respecto a la
                     noche venidera.  Tiene una cita con un arriero, que 
duerme en el mismo cobertizo; Maritornes le ha
                     prometido visitarle.  Irónicamente, Cervantes añade 
que siempre acostumbra a cumplir semejantes
                     promesas, lo que quiere decir que Maritornes es de 
cascos ligeros y le gusta regocijarse en las camas de
                     los huéspedes.
                                 Luego ocurre un desastre, causado por don 
Quijote.  A media noche, cuando Maritornes entra, en
                     camisa, tratando de orientarse en la oscuridad, don 
Quijote la coge por el brazo, la echa sobre su cama y
                     comienza a hablarle: de su lealtad a su Dulcinea y 
que, apaleado y hecho pedazos, no le será posible
                     acumplir sus deseos.  Cree que Maritornes es una 
princesa enamorada, hija atractiva del señor del
                     Castillo.
                                 El arriero, celoso, se acerca; cuando 
apercibe que Maritornes trata en vano de escapar de los
                     brazos de don Quijote, se mete entre los dos y le da 
al caballero un terrible puñetazo en la cara.  La cama
                     improvisada se derrumba y despierta al ventero por el 
estruendo.  Éste llega con un candil, maldiciendo a
                     Maritornes, a quien cree motivo del alboroto 
nocturno.  Asustada por sus gritos furiosos, Maritornes se
                     abriga cerca de Sancho, quien duerme en paz a los pies 
de su señor.  Molestado por su peso, Sancho le da
                     coces y Maritornes le da palos a Sancho.  El ventero 
apalea a Maritornes, el arriero a Sancho.  Se arma la
                     marimorena.
                                 En el caso de que teatro se define por 
acción vehemente, esto puede considerarse un tope.
                                 Por otro lado, no cabe duda de que esta 
Maritornes es una de las personas más interesantes del
                     «Quijote» de 1605.  Interesante sobre todo por la 
mezcla irritante en los componentes de su carácter. En
                     vivo contraste con la atractiva hija del ventero, 
Maritornes es fea, y en este punto Cervantes insiste,
                     entrando en detalles.  La fealdad, en la tradición, es 
atributo de los diablos, pero Maritornes tiene el ánimo
                     lleno de compasión, unta al apaleado Sancho y al 
manteado le da de beber.  No cabe duda de que tiene un
                     alma cristiana y caritativa.
                                Además, Cervantes acentúa que Maritornes 
viene de Asturias, tierra de los godos, cristianos viejos
                     que se consideran ser nobles hidalgos.  De modo que la 
combinación verbal «moza asturiana» está
                     compuesta de conceptos incompatibles, al modo 
oximorónico.  También aquí, Cervantes insiste, con ironía
                     evidente: los godos, se opina, son gente de estatura 
grande, imponente; Maritornes, considerado su pobre
                     cuerpo, es todo menos que imponente.  Por añadidura, 
Cervantes menciona que, por presumirse muy
                     hidalga, nunca dio su palabra sin que la 
cumpliese.  Pero, lo que a primera vista parece un panegírico,
                     solamente confirma sus inclinaciones lascivas.
                                 Por otro lado, Cervantes insinúa mucho 
más.  Al dar otro vistazo a los episodios en la venta,
                     Maritornes es la copia tipológica de María Magdalena, 
quien al principio de su carrera era también una
                     gran pecadora.  En la tradición cristiana, por lo 
menos tres personajes han sido entreverados.  En el
                     evangelio según San Marcos y San Mateo, Jesús es 
huésped de Simón el leproso.  Llega una mujer con un
                     vaso de ungüento y unta la cabeza de Jesús.  Sus 
discípulos están escandalizados; habrían preferido vender
                     el vaso y distribuir el dinero entre los 
pobres.  Jesús rechaza su argumento, diciendo que es una obra pía,
                     como previsión de su muerte cercana y un acto 
memorable (San Marcos 14, San Mateo 26: 6-13).  San
                     Lucas describe una escena análoga en casa del fariseo 
Simón, más larga y más polémica.  La mujer baña
                     los pies de Jesús con sus lágrimas y los seca con sus 
cabellos.  Luego unta su cabeza y Jesús le perdona
                     sus pecados (San Lucas 7: 37-48).  En el próximo 
capítulo aparece María de Magdala, que es salvada por
                     Jesús de las uñas de siete diablos.  En el texto de 
San Juan, el episodio ocurre en casa de Lázaro.  Con él
                     está su hermana María, quien unta los pies de Jesús y 
es Judas quien protesta (San Juan 12: 1-8).
                                 Ya en tiempos antiguos, la distinción 
entre María de Magdala y María de Betania produjo
                     inseguridad.  Fue complicado por las pecadoras sin 
nombre y resultó una concentración intrincada.  Desde
                     hacia el año 1500, María Magdalena, penitente, es 
promovida a ser una de las santas más conocidas.  La
                     analogía tipológica es obvia: La ventera y su hija 
untan solamente a don Quijote, pero Maritornes cura al
                     pobre Sancho, quien necesita el ungüento no menos que 
su señor.  Maritornes, la moza asturiana, tiende a
                     los pecados de la carne, pero tiene un corazón 
compasivo, y esto hace olvidar sus faltas.
                                 Una pregunta indiscreta al carísimo 
lector: ¿Que le parece, podemos considerar este capítulo
                     relacionado con la vida de Miguel de Cervantes? ¿Es 
casi un estimulo alentador dirigido a su amada
                     hermana Magdalena para enfrentar las desilusiones 
amorosas de una perra vida?


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Prof. A. Robert Lauer
The University of Oklahoma
Dept. of Modern Langs.,  Lits., & Ling.
780 Van Vleet Oval, Kaufman Hall, Room 206
Norman, Oklahoma 73019-2032, USA
Tel.: 405-325-5845 (office); 405/325-6181 (OU dept.); Fax: 1-866-602-2679 
(private)
Vision: Harmonious collaboration in an international world.
Mission: "Visualize clearly and communicate promptly"
<http://faculty-staff.ou.edu/L/A-Robert.R.Lauer-1/vita.html>VITA / 
<http://www.peterlang.com/all/>IBÉRICA 
/<http://faculty-staff.ou.edu/L/A-Robert.R.Lauer-1/AITENSO.html>AITENSO / 
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