Estimados colegas,

El amable colega Juergen Hahn plantea un tema interesante respecto al ensayo del colega Ife sobre «El curioso impertinente».  Sin haber leído todavía el ensayo de Ife, puedo ver algunos puntos de contacto entre la historia de Gyges y Candaules y la obra cervantina.  Aquél, en efecto, es uno de los fundamentales mitos de occidente y, para mí, de particular importancia, por tratar el tema del regicidio (asunto de mi primer libro, Tyrannicide and Drama, Archivum Calderonianum 4 [Stuttgart: Franz Steiner Verlag, 1987]). 

Sin embargo, deseo hablar de otro asunto aludido por Juergen en su intervención en el Coloquio Cervantes.  ¿Hasta qué punto podemos tomar en serio a cualquier autor > creador > escritor?  Todavía recuerdo, hace ya algún tiempo, en un coloquio de literatura celebrado en Windsor, Ontario, Canadá, que el novelista Manuel Puig oía con fascinación lo que la Dra. Martha Morello-Frosch decía sobre su novela La traición de Rita Hayworth.  Cuando se le preguntó durante un cóctel qué opinaba de lo que había dicho la Dra. Frosch, Manuel Puig dijo con emoción que había sido fascinante, pues él mismo creía que «sólo escribía porno».  Lo dijo con toda la inocencia del mundo, a menos que yo sea de lo más ingenuo (todo es posible).   Después de haber oído o leído comentarios similares a éste (despistados, totalmente) de boca de autores vivos del calibre de Sergio Elizondo, Bryce Echenique y otros, amén de autores muertos como Miguel Mihura, a quien nunca le gustó Tres sombreros de copa, o al mismo Cervantes, que opinaba que el Persiles sería su gran obra, tengo que creer, sin ninguna sonrisa o ironía, en lo que Sócrates le dice a Ion en el diálogo platónico del mismo nombre: la inspiración, no el arte, es la actividad más noble del rapsoda.  Poetas amigos que he conocido como el brasileño Glauco Ortolano o el colombiano Luis Guillermo Bejarano me han asegurado que ellos no están en control de lo que escriben, que los poemas tienen que salir de ellos, y lo más urgentemente posible.  Es como un tipo de posesión.  La musa Erato se apodera de ellos.  Una vez, en público, la escritora Luisa Valenzuela, al preguntársele quién tenía más control en sus narrativas, ella o sus personajes, respondió, sin pensarlo un segundo y sin ninguna ironía, que, definitivamente, sus personajes.  O sea, parece que es casi imposible resistir la posesión creativa.  Ergo, qué más da que Cervantes o cualquier otro autor dé su opinión sobre cualquier obra suya?  En efecto, para mí, su opinión estorba.  En términos teológicos, ni Dios, como creador, impone su voluntad en el género humano (salvo en casos especiales), por el simple hecho de habérsenos dado libre albedrío.  Por lo tanto, si el autor ha muerto, que en paz descanse.  Si vive, déjenlo en compañía de Erato.  Si habla fuera de trance, sonríanle.  Por lo demás, viva la obra (y el receptor) y critique el crítico.

Respecto a «El curioso impertinente», en mi opinión, es una interesante historia de amor platónico que no puede sobrevivir después de la intervención del deseo.

Empiezo a ver la relación con Gyges.

Chauito,

ARL

Prof. A. Robert Lauer
The University of Oklahoma
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