He leído con interés todos los mensajes relacionados con la enseñanza de cursos universitarios en este país (EEUU).  Cuando yo era estudiante en la Universidad de Michigán, teníamos que tomar exámenes en todas las áreas de la literatura hispánica (Medieval, Siglo de Oro, Literatura Peninsular Moderna [siglos XVIII-XX]), Colonial [Virreinal], Siglo XIX, Siglo XX).  Además teníamos otras áreas (en mi caso, la literatura luso-brasileña), requisitos en lingüística, y el aprendizaje de dos lenguas de investigación (en ese entonces, alemán y francés).  Por mi cuenta cubrí cursos en crítica literaria antigua (en el departamento de inglés) y moderna (en el de español).  Por placer también tomé cursos en historia virreinal (el famoso historiador Charles Gibson enseñaba en Michigán) y literatura medieval alemana en traducción con el Prof. Scholler.  Acaso por la gran figura del Prof. Glaser, la idea de «separación» de áreas en la literatura hispánica habría sido un absurdo.  Aunque lamentablemente no tuve la oportunidad de conocerlo, formé una idea de él por medio de los comentarios de mis profesores y estudiantes.  Edward Glaser (1918-1972) había nacido en Viena y había estudiado filología clásica e historia antigua.  Después de algunos años en Argentina, se trasladó a los EEUU, estudió en Harvard, y enseñó en Michigán.  Era especialista en literatura luso-hispánica de los siglos XVI y XVII.  Acaso por su vasta preparación académica, así como su presencia espiritual en Michigán cuando yo fui estudiante, jamás pensé yo en separar, por ejemplo, la literatura antigua de la moderna, o la peninsular de la americana, o la teoría antigua de la moderna, o la lengua (lingüística) de la literatura.  En efecto, ni siquiera se me ocurrió dividir la literatura hispánica de la luso-brasileña.  Para mí todo ello constituía una unidad.  Acaso por ser un departamento de Lenguas Romances, tampoco me pareció extraño el francés o incluso el alemán (lengua no romance, pero requisito), aunque no tuve necesidad de aprender las últimas dos lenguas en la universidad.  En una ocasión, el Prof. Glaser le indicó a un estudiante que debiera aprender portugués durante un fin de semana.  A otro estudiante le dijo que se leyera rápidamente las obras completas de Lope de Vega para un examen.  Lo había dicho en serio.  Yo me lo tomé en serio.  Tomé un curso intensivo en portugués durante un verano para poder tomar cursos en literatura luso-brasileña después.  Todavía no he acabado de leer las obras completas de Lope de Vega.  No obstante, trato de leer las obras completas de ciertos autores.  Esa era la disciplina que se imponía en Michigán, gracias a Glaser, el «Ur-Vater» del departamento de Lenguas y Literaturas Romances en la Universidad de Michigán.
 
Sé a la vez que ha habido cambios en la administración de exámenes en Michigán, así como en la mayoría de las universidades que conozco (aunque no en Oklahoma, donde los estudiantes tienen que especializarse en todos los campos, como se hacía en Michigán).  Los cambios se hacen por varias razones.  Algunas son administrativas.  Otras se deben a una falsa caridad humana que nos hace simpatizar con los pobres estudiantes que sufren como todos sufríamos antes.   La razón más peligrosa es la de la ignorancia o la flojera académica.  Hay razones políticas, aunque no las reconozco como tales.
 
Hay dos formas de combatir la ignorancia.  Una de ellas es enseñar la literatura de nuestro(s) campo(s) con máxima pasión.  Después de todo, cuando fui estudiante en Michigán, me apasioné por todo precisamente por el interés y la pasión que demostraron todos mis profesores.   Frank P. Casa me inspiró a amar la comedia española.  Nunca he dejado de amarla.  Charles F. Fraker me apasionó con sus estudios historiográficos sobre la Primera Crónica General y sus fuentes clásicas y medievales.  Monroe Z. Hafter hipnotizaba a sus estudiantes con lecturas dramáticas de las novelas de Benito Pérez Galdós.  Hans Flasche mantenía la atención de todo el mundo hablando de variantes en el auto sacramental de La vida es sueño de Calderón.   Luisa López Grigera inspiró a muchos de nosotros a entusiasmarnos por hacer ediciones críticas de textos del Siglo de Oro.  El método literario generacional de Cedomil Goic nos fascinó a todos dentro del campo de la literatura hispanoamericana contemporánea.  José Durand invitaba a sus estudiantes a su casa para hacer consultas de su vasta colección de libros antiguos (recuerdo una vez que, al saber que yo tenía interés en De rege et regis instituione de Juan de Mariana, me colocó en mi pupitre la primera edición de esta obra, «para que se divierta, Sr. Lauer»).  Walter Mignolo nos daba clases adicionales sobre crítica literaria contemporánea, clases a las que todos asistíamos, con placer.  Un semestre que pasé en la Universidad de Wisconsin-Madison me brindó la maravilla de un Antonio Sánchez-Barbudo, que me enseñó poesía; un Benito Brancaforte, máxima inspiración mía; un Max Singleton, por quien siempre he amado la literatura medieval.  Seguí por placer cursos en historia americana virreinal por la sabiduría y serenidad absolutas del historiador Charles Gibson.  Por placer también tomé cursos en crítica antigua con Ralph Williams, en inglés, por su infinita pasión y espontáneas declamaciones poéticas.  Hace seis años seguí cursos como oyente sobre la historia de Europa entre guerras mundiales con Stanley G. Payne, el gran historiador de historia contemporánea española/europea; así como sobre literatura africana de tradición oral africana con el magnifico profesor Harold Scheub, quien había recibido varios premios por su enseñanza en la Universidad de Wisconsin-Madison.  Obviamente, ni el siglo XX es mi campo ni tengo necesidad de leer literatura africana de tradición oral, algo tan ajeno del Barroco.  Tomé esos cursos por la reputación, el entusiasmo y la sabiduría de Payne y Scheub, y por el infinito placer de entrar en sus magníficos mundos donde la historia de la Europa moderna se explica en todos sus detalles; o donde se descubre en el interior de África lo insólito, una auténtica epopeya transmitida en forma oral.  El día más triste de esos cursos fue el día final.  En otras palabras, mi caso no es ni ha sido excepcional.  Amo la literatura, la historia, la filosofía, la cultura, porque tuve a magníficos profesores, profesores que jamás habrían sugerido «separaciones» u «opciones».  Habría sido imposible, porque en algunos casos enseñaban en varios campos.  Casa enseñaba el teatro barroco y el teatro moderno.  Hafter enseñaba cursos sobre Quevedo y sobre la novela del siglo XIX.  Fraker enseñaba literatura medieval y el Quijote.  Además, la cultura de una persona como Fraker era y es vasta.  Fraker podía hablar de literatura clásica como de cine moderno con la misma facilidad.  Uno de los ensayos más profundos sobre el Quijote fue escrito por el medievalista Singleton.  Scholler hacía múltiples referencias a la Eneida («en mi honor», como decía [era el único representante de «latinidad» en su clase]) al hablar de Nibelungenlied.
 
Otra forma de combatir la ignorancia es en forma administrativa.  A los decanos de este país les encanta la idea de «programas interdisciplinarios» y la creación de «centros» de cualquier tipo.  En mi ex - universidad, la Universidad de Wisconsin-Milwaukee, hay «centros de excelencia» (así llamados) como el Center for Latin American Studies y el Center for Twentieth-First Century Studies.  En la Universidad de Wisconsin-Madison hay (¿había?) un Center for Iberian Studies, éste último el tipo de centro que incorporaba estudios de literatura, de historia, de antropología y de otros campos afines.  Aquí en la Universidad de Oklahoma tenemos un Center for Medieval and Renaissance Studies, un Center for European Studies, etc.  Hay un exitoso programa de Film and Video Studies, del cual también formo parte.  Los colegas europeos tienen múltiples grupos de este tipo a nivel internacional.  Pensemos sólo en el prestigioso GRISO, en la Universidad de Navarra.  La unión crea la fuerza. 
 
Finalmente, la ignorancia de deshace por su cuenta.  Una persona no bien preparada se nota de inmediato.  Esa persona podrá tener algún éxito momentáneo.  No obstante, no dura.  Desafortunadamente, departamentos débiles tampoco duran.  Los decanos se dan cuenta de esto y (lo he visto varias veces) llega el momento en que no tienen otra opción que mejorar el calibre académico de una unidad, a veces en forma radical.  Por lo tanto, debemos luchar constantemente con las armas de nuestra profesión: la educación y la pasión por lo que profesamos saber.  También necesitamos ser valientes y «atacar» con humor y cortesía, posturas absurdas o demagógicas.  Podemos hacerlo.  Hasta Henry Kissinger nos tiene miedo a nosotros, los académicos.  Finalmente, debemos unirnos en grupos que tengan misiones similares a las nuestras y no permanecer tristes e insatisfechos en nuestra torre de marfil, aunque éste sea en efecto un lugar infinitamente cómodo.  En última opción, tenemos los congresos académicos en nuestro campo, donde encontramos a nuestros verdaderos colegas profesionales.  Invitemos a nuestros estudiantes a ellos.

Prof. A. Robert Lauer
The University of Oklahoma
Dept. of Modern Langs.,  Lits., & Ling.
780 Van Vleet Oval, Kaufman Hall, Room 206
Norman, Oklahoma 73019-2032, USA
Tel.: 405-325-5845 (office); 405/325-6181 (OU dept.); Fax: 1-866-602-2679 (private)
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