Estimados colegas cervantistas,
El apreciado Kurt Reichenberger nos brinda tres temas de discusión para
noviembre, los cuales se mencionan abajo. Favor de comentar a su gusto.
Cordialmente,
ARL
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Decimosexto tema de discusión:
(NOVIEMBRE)
Coloquio Cervantes
Foro coordinado por Kurt Reichenberger & A. Robert Lauer
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Cervantes y la escenificación burlesca de un episodio caballeresco: don
Quijote conquista el yelmo de Mambrino
Impresionado por el fragor y estruendo de los batanes, don Quijote, la voz
en el cuello, había fantaseado de la más gran aventura del mundo
caballeresco. La noche pasa, y en la luz de la mañana ve las chozas tristes
de los batanes y está avergonzado de sus palabras que, ahora, le parecen
fanfarronadas. Sancho que cree ver una fugaz sonrisa en sus labios, se
atreve a parodiar las altisonantes palabras que su amo había formulado,
enfrentado, como pensaba, con una aventura horrible. Al oír esto, don
Quijote, enfurecido, alza su lanza y comienza a apalear a ese escudero
irrespetuoso. Luego entiende que ha propasado, y Sancho también ve que se
ha pasado de los límites. Lo que queda es un sentido de malestar: Sancho
está asustado por el acceso de furia de su señor, y don Quijote lleno de
mal humor a causa de los batanes y de la aventura que resultó una ilusión.
En este estado de ánimo están cabalgando, con una lluvia menuda.
Como aventura caballeresca, la conquista del yelmo de Mambrino es poco más
que una idea súbita. Lo que excede con mucho al nivel de los libros de
caballerías es la acertada escencenificación del episodio.
Comienza ex abrupto con una observación de don Quijote acerca de los
caprichos de la Fortuna:
«Dígolo porque si anoche nos cerró la ventura la puerta de la que
buscábamos; engañándonos con los batanes, ahora nos abre de par en par
otra, para otra mejor y más cierta aventura, que si yo no acertare a entrar
por ella, mía será la culpa, sin que la pueda dar a la poca noticia de
batanes ni a la escuridad de la noche. Digo esto porque, si no me engaño,
hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino
...».
Pero Sancho está escéptico y le hace recordar el asunto poco honroso de los
batanes:
«Mire vuestra merced bien lo que dice y mejor lo que hace – dijo Sancho – ,
que no querría que fuesen otros batanes que nos acabasen de abatanar y
aporrear el sentido».
Don Quijote, irritado por las alusiones a los batanes y su comportamiento
orgulloso que ahora le parece ridículo, se enfurece:
«¡Válate el diablo por hombre! – replicó don Quijote – , ¿Qué va de yelmo a
batanes? –No sé nada –respondió Sancho – , mas a fe que si yo pudiera haber
tanto como solía, que quizá diera tales razones, que vuestra merced viera
que se engañaba en lo que dice».
El carísimo lector vacila, no sabe si es negligencia descuidada e
inadvertida de las palabras de Sancho, o si se trata de un hablar
intencionado y taimado, que en cada una de sus respuestas aparecen términos
como „batanes“ o „batanar“ que evocan el desastre de la noche pasada. Por
encima, Sancho pretende guardar el decoro, intercalando al discurso un
devoto „vuestra merced“. Pero resulta, que el matiz irónico no pasa
inadvertido, puesto que don Quijote, evidentemente furioso, le contesta:
«Como me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso ... . Dime, ¿no
ves aquel caballero que hacia nosotros viene, sobre un caballo rucio
rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro?»
Sancho replica que no ve más que un hombre sobre un asno pardo que trae
sobre la cabeza una cosa que relumbra. Don Quijote le contesta que se trata
del yelmo de Mambrino y que está decidido a conquistarlo. Y le ruega
apartarse y dejarlo a solas en el combate, lo que anima a Sancho a una
réplica maliciosa: „Ya me tengo en cuidado el apartarme – replicó Sancho –
, más quiera Dios, torno a decir, que orégano sea y no batanes“. Puesto que
su señor le ha prohibido expressis verbis hacer uso de la palabra odiosa,
no es solamente malicia, es nada menos que una provocación. Lo que don
Quijote le contesta es una trouvaille. Palabras suaves, trasfondo
religioso, pero de una determinación que hace temblar:
«Ya os he dicho, hermano, que no me mentéis ni por pienso más eso de los
batanes – dijo don Quijote – , que voto, y no digo más que os batanee el
alma. Calló Sancho, con temor que su amo no cumpliese el voto que le había
echado como una bola».
Parece un entremés de los más divertidos. Solamente ahora, Cervantes juzga
conveniente informar debidamente al „desocupado lector“, con todos los
detalles que le parecen oportunos. Resultan unas explicaciones pedestres,
evidentemente parodiando la manera cuidadosa, a veces pedantesca, de su
protagonista:
«Es pues, el caso que el yelmo y el caballo y el caballero que don Quijote
veía era esto: que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño
que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba junto a él, sí; y,
así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un
enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el
barbero y traía una bacía de azofar; y quiso la suerte que al tiempo que
venía comenzó a llover, y porque no se manchase el sombrero, que debía de
ser nuevo, se ponía la bacía sobre la cabeza, y, como estaba limpia, desde
media legua relumbraba. Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y esta
fue la ocasión que a don Quijote le pareció caballo rucio rodado y
caballero y yelmo de oro, que todas las cosas que veía con mucha facilidad
las acomodaba a sus desvariadas caballerías y malandantes pensamientos. Y
cuando él vio que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con él en
razones, a todo correr de Rocinante le enristró con el lanzón bajo,
llevando intención de pasarle de parte a parte; más cuando a él llegaba,
sin detener la furia de su carrera le dijo: Deféndete, cautiva criatura, o
entriégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe!»
Tras explicaciones largas y prolijas, el relato cambia a una vehemente
acción: don Quijote ataca, el barbero, asustado, se deja caer de su asno y
huye. Y enseguida recomienza la altercación semiótica entre amo y escudero.
Don Quijote manda a Sancho recoger el yelmo que ha caído al suelo. Éste lo
hace y lo entrega a su señor, con un comentario malicioso:
«Por Dios que la bacía es buena y que vale un real de a ocho como un
maravedí».
Don Quijote, feliz de tener el objeto anhelado entre manos, no fija su
atención en las palabras provocadoras del escudero, o finge no haberlas
oído, sino continúa desarrollando su propio punto de vista:
«... se la puso luego en la cabeza, rodeándola a una parte y a otra,
buscándole el encaje, y, como no se le hallaba, dijo: Sin duda que el
pagano a cuya medida se forjó primero esta famosa celada debía tener
grandísima cabeza; y lo peor dello es que le falta la mitad».
El comentario de Cervantes es genial. Por un lado atesta al pobre Sancho
que tiene razón; dice „la puso luego en la cabeza“ y „rodeándola“, es
decir, la bacía. Por otro lado, complica la intrincada situación semiótica,
sustituyendo el yelmo por la celada. Al oír las fantasmagorías de su señor,
Sancho no pudo contener la risa, pero recordando la cólera de su amo y la
paliza que le había dado, calló en la mitad de ella. Interrogado por don
Quijote acerca del motivo de su hilaridad espontánea, le da una explicación
inocente, pero continúa con su insinuación que – testigo Cervantes – ,
corresponde a la realidad:
«Rióme – respondió él, de considerar la gran cabeza que tenía el pagano
dueño deste almete que no semeja sino una bacía de barbero pintiparada».
Cauteloso, Sancho evita los términos usados en la disputa, es decir „yelmo“
y „celada“, y los sustituye por „almete“. Con respecto a su acceso de
hilaridad inventa una excusa absurda. Y en el resto del diálogo hace uso de
una malicia apenas velada. Cuando don Quijote observa que, sin ser
perfecto, el yelmo puede protegerlo de alguna pedrada, Sancho aprueba, pero
ajunta por malicia:
«... si no se tira con honda, como tiraron en la pelea de los dos
ejércitos, cuando le santiguaron a vuestra merced las muelas y le rompieron
el alcuza donde venía aquel beneditísimo brebaje que me hizo vomitar las
asaduras».
Frases sumamente irónicas por la mezcla desaforada del profano, por parte
asqueroso, con términos religiosos como „santiguar las muelas“ y
„beneditísimo“. Don Quijote no reacciona inmediatamente, pero Sancho
insiste, marca su carácter pacífico y, al mismo tiempo, menciona otro
episodio poco encomiable respecto a su amo, y por encima pretende ser
generoso, que no es verdad, sino estratagema maliciosa:
«De lo del ser otra vez manteado no digo nada, que semejantes desgracias
mal se pueden prevenir, y, si vienen, no hay que hacer otra cosa sino
encoger los hombros, detener el aliento, cerrar los ojos y dejarse ir por
donde la suerte y la manta nos llevare».
„La manta y la suerte nos llevare“ es un divertido juego de palabras, pero,
a la vez, un disimulado reproche dirigido por el escudero malicioso a su
señor. A don Quijote, en esta situación penosa, se había contentado con
vociferar y proferir amenazas a cierta distancia en vez de intervenir
decidida y valerosamente, castigando con mano fuerte los mozos segovianos y
andaluces que, apeando al pobre escudero de su asno lo mantearon como un
perro por carnestolendas. Don Quijote no había intervenido, tal vez
temiendo que esa gente juguetona y apuesta lo hubiese manteado a su vez. De
todos modos, el incidente no había sido una página de gloria para don
Quijote. Por el aspecto de los mozos fuertes había temido ser puesto en la
manta también, y el recuerdo de su miedo ahora le hace sufrir. Y está
indignado:
«Mal cristiano eres, Sancho – dijo oyendo esto don Quijote – , porque nunca
olvidas la injuria que una vez te han hecho; pues sábete que es de pechos
nobles y generosos no hacer caso de niñerías. ¿Qué pie sacaste cojo, qué
costilla quebrada, qué cabeza rota, para no se te olvide aquella burla?
Que, bien apurada la cosa, burla fue y pasatiempo, que, a no entenderlo yo
ansí, ya yo hubiera vuelto allí y hubiera hecho en tu venganza más daño que
el que hicieron los griegos por la robada Helena. La cual si fuera en este
tiempo, o mi Dulcinea fuera en aquel, pudiera estar segura que no tuviera
tanta fama de hermosa como tiene».
Con esto termina la crítica de los cristianos viejos, comenzada en el
capítulo anterior. Otro caso de escenificación perfecta.
Kurt Reichenberger
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Decimoséptimo tema de discusión:
(NOVIEMBRE)
Coloquio Cervantes
Foro coordinado por Kurt Reichenberger & A. Robert Lauer
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Commenting the »Quixote«. A start towards dangerous adventures
At the beginning of Chapter Two, Don Quixote leaves home before dawn.
Francisco Rico comments: „La salida furtiva del caballero novel es habitual
en los libros de caballerías“1.
The comment of Rico, based on the libros de caballerías, is correct. But
there is another explanation, carefully prepared by Cervantes in Chapter
One. He only alludes to it, for it is likewise funny and delicate. Our
hero, determined to challenge ten giants at a time, does not know how to
deal with women, especially with young ladies. At the end of the chapter
Cervantes mentions that once he fell in love. His beloved was a peasant
girl from El Toboso, Aldonza Lorenzo. But he did not propose, even did not
dare to show what he felt for her: «un tiempo anduvo enamorado, aunque,
según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata dello». There can be
no doubt, Don Quixote is shy. This is a paradoxical and somehow ridiculous
situation for a grown-up man.
Cervantes, on the other hand, is discreet, and only hints at the fact, a
fact that explains why he starts so early in the morning. He does not dare
to take leave from the women of his household, the old housekeeper and his
young niece. Cervantes is a smartie. At the beginning of Chapter One he
only mentioned their existence, together with a mozo de campo y plaza. Even
now he is not willing to elucidate the reader on the emotional background.
For he has spared the obvious solution for the end of Chapter Five.
Don Quixote, beaten up badly by one of the muleteers of the merchants of
Toledo is brought home by his young neighbor, carried helplessly on his
ass. When they approach Don Quixote's house they already hear the shrill
voices of the housekeeper and the niece, scolding and complaining. And what
is worse is that they can find no end raising a hue and cry. Then the
amused reader knows why Don Quixote, instead of taking leave of his women,
marched off furtively at dawn. Slaying ten giants is relatively easy
compared with a confrontation with the eloquent glibness of two women.
Kurt Reichenberger
Notes
1 Cf. the critical edition by Francisco Rico, Barcelona 1998, vol. I, p. 45.
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Decimoctavo tema de discusión:
(NOVIEMBRE)
Coloquio Cervantes
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Cervantes, provoking his readers
After all, Don Quixote has no real existence, but he is a phantasmic figure
invented by Cervantes and meant to provoke the “desocupado lector.”
Insinuating that the hero of his novel was a converso, Cervantes could be
sure of an éclat, which would be discussed in the mentideros of Madrid and
render him an author of renown. Considering the brilliant success of his
Quixote, Cervantes was right: he got what he had aimed at. Under those
conditions the fervent dispute declenched by Castro and Marcel Bataillon
loses its irritating importance.
The problems, however, did not disappear, they only shifted from the
imagined Don Quixote to his ingenious inventor himself. Recent biographical
studies prove that Cervantes was an Old Christian. But exactly this fact
causes hitherto unanswered questions. Why, being of cristiano viejo origin
did he takes sides with the despised minorsity of the cristianos nuevos?
Why the humiliation of Sancho Pansa in the episode of the fulling mills?
And, last but not least, why the violent attacks on the cristianos viejos
ridiculed in La elección de los alcaldes de Daganzo? These are fundamental
problems that should be tackled, considering with utmost care the life and
works of Cervantes: brain and body.
Kurt Reichenberger
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