Estimados colegas,
Kurt Reichenberger nos brinda los temas 13, 14 y 15 para el mes de octrubre
del <http://www.ou.edu/cervantes/coloquiocervantes.html>Coloquio
Cervantes. Para responder a estos temas, favor de mandar un mensaje a
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Saludos cordiales de los editores,
ARL & KR
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Decimotercero tema de discusión:
(OCTUBRE)
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Escenas teatrales (II)
Andrés azotado y un juez de tarda comprensión
El episodio con el joven Andrés, la primera hazaña de don Quijote--armado
caballero por el ventero andaluz y las dos rameras como testigas--tiene
aspecto de un entremés, a la manera del irónico entremés «Los alcaldes de
Daganzo». Tres personajes: Juan Haldudo el Rico, labrador terrateniente y
ganadero, hombre severo, pero justo; au pastorcillo Andrés, un joven
taimado; y, como juez compasivo, de tarda comprensión, nuestro
protagonista. El código de la caballería andante estipula que sus
seguidores deben eliminar la injusticia del mundo y socorrer a los
oprimidos. Es éste un estatuto muy digno de loa, y don Quijote arde en
deseos de mostrar su valía. La ocasión se le presenta antes de lo esperado.
De la espesura de un bosquecillo se alzan gritos de dolor. Don Quijote
entra en el bosque y ve a un joven atado al tronco de un árbol y un varón
que le azota al tiempo que le reprende: que cada día falta una de sus
ovejas. Movido e indignado de tanta crueldad, don Quijote no repara en lo
que balbucea el muchacho azotado:
No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra
vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato.
Un lector avispado entiende lo que Cervantes insinúa con el
ostentativamente repetido „no lo haré otra vez“: es decir que los zagales
se comían los corderos y echaban la culpa al lobo. Pero don Quijote, esta
ánima cándida, tardo en comprensión, no sospecha del pobre pastorcillo de
tan baja actitud. Adopta una postura amenazante y ordena al sayón que
desligue a su víctima. Acobardado, Juan Haludo el Rico contempla la figura
del caballero y se apresura a obedecer sus órdenes. Intenta justificar sus
acciones, pero don Quijote rechaza toda discusión. Calcula el monto de la
deuda por nueve meses de servicio, con obvia falta aritmética. El
campesino, profundamente humillado, se excusa por no tener consigo el
dinero, pero jura „por todas las órdenes que de caballerías hay en el
mundo“ que pagará la deuda hasta el último real tan pronto como regresen a
casa. Andrés se teme lo peor e intenta oponerse a este acuerdo. Pero el
gallardo caballero no atiende a razones, pica de espuelas a Rocinante y se
aleja satisfecho. Tan pronto se pierde de vista, el campesino ata de nuevo
al joven al árbol y le azota con mayor saña. Episodio divertido, con
altibajos dramáticos y, a la vez, una lección fundamental para ánimas
cándidas que intentan eliminar las injusticias en el mundo: por lo general,
los conflictos de intereses son tan complicados que no se puede descuidar
ningún detalle, tan marginal como a primera vista pudiera parecer.
Réplicas / Replies (en español o inglés):
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Decimocuarto tema de discusión:
(OCTUBRE)
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Escenas teatrales (III)
La noche turbulenta en la venta de Juan Palomeque, o Cervantes y la
invención del personaje moderno
Vapuleados por los pastores de Yanguas, don Quijote y Sancho llegan a la
venta de Juan Palomeque el Zurdo. Son acogidos por un trío femenino: la
mujer del ventero; su atractiva hija; y Maritornes, la moza asturiana,
mujer robusta y tan fea que parece un aborto del diablo. En un cobertizo
preparan una cama improvisada para don Quijote y, dado que su cuerpo es
todo golpes y heridas, la ventera y su hija le aplican un ungüento,
mientras Maritornes aguanta la candela. Don Quijote está convencido de que
la venta es un castillo y las tres mujeres damas ilustres. Cuando la
ventera y su hija desaparecen, Maritornes, caritativa, unta también a
Sancho, que está no menos maltrecho que su señor.
Al mismo tiempo, Cervantes informa a sus lectores sobre el programa de
Maritornes respecto a la noche venidera. Tiene una cita con un arriero, que
duerme en el mismo cobertizo; Maritornes le ha prometido visitarle.
Irónicamente, Cervantes añade que siempre acostumbra cumplir con semejantes
promesas, lo que quiere decir que Maritornes es de cascos ligeros y le
gusta regocijarse en las camas de los huéspedes.
Luego ocurre un desastre, causado por don Quijote. A media noche, cuando
Maritornes entra, en camisa, tentando orientarse en la oscuridad, don
Quijote la coge por el brazo, la echa sobre su cama y comienza a hablarle:
de su lealtad a su Dulcinea y que, apaleado y hecho pedazos, no le será
posible cumplir con sus deseos. Cree que Maritornes es una princesa
enamorada, hija atractiva del señor del Castillo.
El arriero, celoso, se acerca; cuando percibe que Maritornes trata en vano
de escapar de los brazos de don Quijote, se mete entre los dos y le da al
caballero un terrible puñetazo en la cara. La cama improvisada se derrumba
y despierta al ventero por el estruendo. Éste llega con un candil,
maldiciendo a Maritornes, a quien cree motivo del alboroto nocturno.
Asustada por sus gritos furiosos, Maritornes se abriga cerca de Sancho, que
duerme en paz a los pies de su señor. Molestado por su peso, Sancho le da
coces y Maritornes le da palos a Sancho. El ventero apalea a Maritornes, el
arriero a Sancho. Se arma la marimorena.
En el caso de que teatro se define por acción vehemente, esto puede
considerarse un tope.
Por otro lado, no cabe duda de que esta Maritornes es una de las personas
más interesantes del «Quijote» de 1605. Interesante sobre todo por la
mezcla irritante en los componentes de su carácter. En vivo contraste con
la atractiva hija del ventero, Maritornes es fea, y en este punto Cervantes
insiste, entrando en detalles. La fealdad, en la tradición, es atributo de
los diablos, pero Maritornes tiene el ánimo lleno de compasión, unta al
apaleado Sancho y al manteado le da que beber. No cabe duda de que tiene el
alma cristiana y caritativa.
Además, Cervantes acentúa que Maritornes viene de Asturias, tierra de los
godos, cristianos viejos que todos se consideran ser nobles hidalgos. De
modo que la combinación verbal moza asturiana está compuesta de conceptos
incompatibles, al modo oximorónico. También aquí Cervantes insiste con
ironía evidente: los godos, se opina, son gente de estatura grande,
imponente; Maritornes, considerado su pobre cuerpo, es todo menos
imponente. Por añadidura, Cervantes menciona que, por presumirse muy
hidalga, nunca dio su palabra sin que la cumpliese. Pero lo que a primera
vista parece un panegírico, solamente confirma sus inclinaciones lascivas.
Por otro lado, Cervantes insinúa mucho más. Al dar otro vistazo a los
episodios en la venta, Maritornes es la copia tipológica de María
Magdalena, quien al principio de su carrera era también una gran pecadora.
En la tradición cristiana, por lo menos tres personajes han sido
entreverados. En el evangelio según San Marcos y San Mateo, Jesús es
huésped de Simón el leproso. Llega una mujer con un vaso de ungüento y unta
la cabeza de Jesús. Sus discípulos están escandalizados, ya que habrían
preferido vender el vaso y distribuir el dinero entre los pobres. Jesús
rechaza su argumento, diciendo que es una obra pía, como previsión de su
muerte cercana y un acto memorable (San Marcos 14, San Mateo 26, 6-13). San
Lucas describe una escena análoga en casa del fariseo Simón, más larga y
más polémica. La mujer baña los pies de Jesús con sus lágrimas y los seca
con sus cabellos. Luego unta su cabeza y Jesús le perdona sus pecados (San
Lucas 7, 37-48). En el próximo capítulo aparece María de Magdala, quien es
salvada por Jesús de las garras de siete diablos. En el texto de San Juan,
el episodio se realiza en casa de Lázaro. Con él está su hermana María,
quien unta los pies de Jesús, siendo Judas quien protesta (San Juan 12, 1-8).
Ya en tiempos antiguos la distinción entre María de Magdala y María de
Betania produjo inseguridad. Fue complicado por las pecadoras sin nombre y
resultó esto en una concentración intrincada. Desde hacia el año 1500,
María Magdalena, penitente, es promovida a ser una de las santas más
conocidas. La analogía tipológica es obvia: La ventera y su hija untan
solamente a don Quijote, pero Maritornes cura al pobre Sancho, quien
necesita el ungüento no menos que su señor. Maritornes, la moza asturiana,
atiende a los pecados de la carne, pero tiene un corazón compasivo, y esto
hace olvidar sus faltas.
Una pregunta indiscreta al carísimo lector sería: ¿Que le parece, podemos
considerar este capítulo relacionado con la vida de Miguel de Cervantes?
¿Es casi un estímulo alentador dirigido a su amada hermana Magdalena para
enfrentar las desilusiones amorosas de una perra vida?
Réplicas / Replies (en español o inglés):
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Decimoquinto tema de discusión:
(OCTUBRE)
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Cervantes, el «Quijote» de 1605 y el Sermón de la Montaña
Para el clero español, Cervantes es considerado como un individuo
sospechoso y, a pesar de haber combatido por la fe cristiana en la batalla
gloriosa de Lepanto, en persona non grata, un bicho raro con opiniones de
un rebelde obstinado. Admitamos que en el «Quijote», Cervantes se burla sin
pestañear del cura teniente del lugar, del canónigo de Toledo y, más tarde,
del colérico capellán de los duques. Pero estas son bromas de un ingenio
pretridentino que, en realidad, no tienen importancia1. Lo determinante es
la actitud falsificadora practicada por los escépticos liberales del siglo
XVIII. Con la misma arrogancia doctrinaria con la que expulsaron a los
venerables padres de la Sociedad de Jesús, transformaron a Cervantes y su a
Quijote en pregones liberales sin fe.
Es lamentable, pero en círculos eclesiásticos aún circula esa sinrazón
absurda. Una credulidad que parece el colmo de los colmos. Puesto que, al
considerar la situación más detenidamente, llegamos a un punto de vista
alarmante, completamente contrario: Cervantes, ese supuesto garbanzo negro
entre los cristianos viejos, basa gran parte de sus episodios incriminados
en veredictos pregonados en el Sermón de la Montaña. Comencemos con una
lectura del largo episodio en la venta de Juan Palomeque. Ante las
declaraciones del trío femenino de que les gustan los libros de
caballerías, el cura está escandalizado. Toda la escena está impregnada de
alusiones más o menos eróticas: la ventera no cesa de lamentarse de que sus
huéspedes han estropeado la coda del buey de su marido. La hija presencia
curiosa los saltos feroces de un don Quijote semidesnudo, en su camisa
cortada que deja desvergonzadamente todo al aire. Mientras Dorotea se
retira, pudorosa, para evitar tal aspecto indecente, la joven lo registra
atentamente, riéndose a socapadamente. Por encima, al registrar las
escapadas nocturnas de Maritornes, el cura está convencido de que esa moza
asturiana, vieja cristiana o no, será condenada a las llamas del infierno.
No quedará aislado con tal juicio funesto, sino respaldado por ilustres
teólogos, enemigos jurados de los pecados carnales. Sin embargo, Cervantes
se hace el campeón imperterrido de la pobre moza, fea como el diablo, y
defiende su derecho a ser feliz por unos breves momentos. Y, con aplomo
determinado y una risita melancólica, evoca, como respaldo, una de las
sentencias archiconocidas del Sermón de la Montaña:
No juzguéis, y no seréis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis
seréis juzgados, y con la medida con que midáis, se os medirá. ¿Cómo es que
miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga
que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: „Deja que te saque la
brizna del ojo, teniendo la viga en el tuyo?“2.
Desde la primera llegada de don Quijote y Sancho a la venta, Cervantes
estiliza a la pobre Maritornes como el modelo de santa María Magdalena:
unta a un apaleado Sancho, da al manteado de beber y paga el vino con su
dinero, dando así un ejemplo de caridad cristiana3. En su calidad de
cristiano viejo, Cervantes se siente responsable de lo que pasa en el
mundo, en este mundo enredado en un cambio tan universal y básico como la
transición del feudalismo con sus capas hieráticas a un Estado
centralizado, burocratizado y dominado por la violencia impetuosa del
dinero. Este es un cambio tan abrumador como fundamentalmente sospechoso.
Porque lo que dice el evangelio al respecto es claro y no se puede desatender:
Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro;
o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y
al Dinero4.
En otras palabras, hacerse fuerte en un tema espinoso y un asunto sumamente
arriesgado. Al tratarlo Cervantes, se juega la vida. Pero otra vez halla un
fuerte respaldo en la Sagrada Escritura. En el Sermón de la Montaña, Jesús
advierte a los suyos de los peligros del mundo y los alecciona:
Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes
como las serpientes, y sencillos como las palomas5.
Cervantes sigue el consejo divino a la letra. Inculpar abiertamente al rey
de sus manipulaciones monetarias, a la nobleza de su conducta altiva y
arrogante e, incluso, acusar al clero de un comportamiento poco cristiano
le hubiese llevado inmediatamente a la cárcel, por lo menos. Conforme a los
consejos expuestos en la Sagrada Escritura, Cervantes procede con
prudencia. No se irrita, no se emociona ante tantos abusos, sino que evoca
los escándalos por medio de mensajes cuidadosamente cifrados. Y este
programa de su libro lo expone al „carísimo lector“ en el prólogo del
«Quijote» de 16056. El entusiasmo de sus compatriotas al aparecer el
volumen le corroboró que seguir consejos expuestos en la Sagrada Escritura
no era un concepto apartado de la realidad. Cervantes opta por la utopía,
con Jesucristo como buen pastor y rey de paz, quien gobierna con leyes que
son adecuadas para las necesidades y circunstancias de cada individuo,
flexibles y cambiantes con el transcurso de los años. Por último, nos
consta ocuparnos del tema más espinoso, inclusive en nuestros tiempos,
también agitados por cambios universales. En el evangelio según San Mateo
leemos:
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de
ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.
¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo
árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol
bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos
buenos. Todo arbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego. Así
que por sus frutos los conoceréis7.
Se trata de dos pasajes alegóricos correlacionados: los falsos profetas con
su mentalidad de lobos rapaces disfrazados de ovejas, y, como resultado de
sus acciones funestas los frutos malos, marcadamente opuestos a los frutos
buenos. Al lector del escrutinio de la biblioteca de don Quijote, Cervantes
le insinúa la parábola bíblica, pero no en el orden cronológico – acción
rapaz que produce frutos malos -, sino enfrentando a su público con el
resultado desastroso: dos mujeres, una viejecita tonta y la sobrina, medio
niña inocente, hechas unas furias sin perdón. De parte de Cervantes, ni una
palabra de comentario; deja al lector que llegue a la conclusión fatal: el
que dirige las conciencias de tales „ovejas“ es Pero Pérez, el cura
teniente del lugar.
Ante todo esto, el lector moderno se queda con un precario malestar.
Concedido, el «Quijote» de 1605 tiene los rasgos de una sátira. El autor
critica a todos, comenzando con el propio monarca y la nobleza arrogante.
Pero, criticar de manera tan brutal al clero de su tiempo, ¿no era una
ofensa, inapropiada por parte de un cristiano verdadero? En un caso tan
espinoso parece aconsejable dar un vistazo esclarecedor a los trasfondos
históricos. Entre los siglos XV y XVI, con el feudalismo llegando a un
declive, la situación de los campesinos se deterioraba fundamentalmente.
Luego, el Estado burocratizado por Felipe II aumentaba los impuestos de
manera intolerable. Los jóvenes campesinos, a manadas, abandonaban la
tierra y emigraban a las ciudades. No pudiendo entrar en las corporaciones
de artesanos, no les quedaba más que la vida de un pordiosero o el entrar
en un convento, donde serían acogidos con la mayor complacencia. Para dar
una idea de la envergadura, Madrid, en la época de Cervantes, tenía cerca
de trescientos conventos. Los que llegaban eran patanes incultos, pero
decididos a mandar y medrar. Naturalmente, había excepciones, pero por lo
general, era un problema de los má grave. Problema conocido no sólo por
Cervantes, sino como parece, también por hombres doctos como el venerable
Juan de Palacios, tío de Catalina, quien se ocupó de la educación de su
sobrina e hizo de ella – por los frutos, uno se hace conocer – una joven
hidalga letrada que se casó con el héroe de Lepanto. Interrumpido por la
gerencia de su oficio en Andalucía, Cervantes conoció y veneró al
concienzudo prelado y, parece poco probable que hubiese maltratado su
memoria con opiniones sumamente contrarias. El argumento vale, a fortiori
con respecto a su adorada Catalina.
Además hay un testigo indiscutable: don Bernardo de Sandoval y Rojas,
Cardenalarzobispo de Toledo y Primario de las Españas. Aparentemente, el
ilustre prelado estaba desilusionado por las facultades teológicas y, aún
más, por la caridad cristiana de sus curas de almas. Por lo menos tan
desilusionado como Cervantes y, a lo que parece, mucho más. Por el prólogo
al «Quijote» de 1615 se sabe que, de su propia iniciativa, acudió y acordó
su protección ilimitada a este autor tan rebelde7. En la época de
Cervantes, esta circunstancia era de sumo valor, puesto que era Inquisidor
General y, por ello, jefe de la Suprema.
Notas
1 Con respecto a la caracterización de Cervantes, nacido en 1547, como
cristiano pretridentino compárese Kurt Reichenberger, Cervantes, ¿un gran
satírico? Los enigmas peligrosos del «Quijote» descifrados para el
„carísimo lector“ (Estudios de literatura 97). Kassel 2005, apéndice
segundo: Cervantes y el Concilio de Trento: trasfondos histórico-culturales
cervantinos.
2 San Mateo 7,1-3. Véase también San Lucas 6,37. Citamos La Biblia de
Jerusalén. Edición española, dirigida por José Ángel Ubieta. Bilbao, 1975.
3 Para la documentación detallada compárese Kurt Reichenberger, Cervantes,
¿un gran satírico?, o.c., capítulo séptimo: Hallazgos tipológicos:
Maritornes la moza asturiana, y su modelo hagiográfico.
4 San Mateo 6, 24. Véase también San Mateo 19, 21-26 y San Lucas 16, 13.
Con respecto al trasfondo histórico, véase Darío Fernández-Morera,
Cervantes, su tiempo, y la economía del mercado. En: Cervantes y su mundo I
(Estudios de literatura 90) Kassel 2004, pp. 67-126.
5 Con respecto a este asunto compárese Kurt Reichenberger, Cervantes and
the Hermeneutics of Satire (Estudios de literatura 94). Kassel 2005,
Preliminary Note: Cervantes, the «Quijote» of 1605, and the Human Rights,
pp. 11-14.
6 San Mateo 7, 16-20. Véase también San Lucas 6, 14.
7 Con respecto a don Bernardo de Sandoval y Rojas, véase Kurt & Theo
Reichenberger, Cervantes y sus mensajes destinados al lector (Estudios de
literatura 93). Kassel 2004, capítulo vigésimo cuarto: Los emisarios
franceses, el porqué del entusiasmo despertado por el «Quijote» en los
contemporáneos de Cervantes, pp. 163-171.
Réplicas / Replies (en español o inglés):
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