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Coloquio Cervantes

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From:
"A. Robert Lauer" <[log in to unmask]>
Reply To:
A. Robert Lauer
Date:
Sun, 9 Oct 2005 21:26:28 -0500
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Estimados colegas,

Kurt Reichenberger nos brinda los temas 13, 14 y 15 para el mes de octrubre 
del <http://www.ou.edu/cervantes/coloquiocervantes.html>Coloquio 
Cervantes.  Para responder a estos temas, favor de mandar un mensaje a 
<<mailto:[log in to unmask]>[log in to unmask]> o a los 
archivos del foro <http://lists.ou.edu/archives/cervantes-l.html>.

Saludos cordiales de los editores,

ARL & KR
<http://www.ou.edu/cervantes/coloquiocervantes.html>Coloquio Cervantes
<http://lists.ou.edu/archives/cervantes-l.html>Archivos del Coloquio Cervantes

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Decimotercero tema de discusión:
(OCTUBRE)
Para responder a este tema, favor de mandar un mensaje a 
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Escenas teatrales (II)
Andrés azotado y un juez de tarda comprensión
El episodio con el joven Andrés, la primera hazaña de don Quijote--armado 
caballero por el ventero andaluz y las dos rameras como testigas--tiene 
aspecto de un entremés, a la manera del irónico entremés «Los alcaldes de 
Daganzo». Tres personajes: Juan Haldudo el Rico, labrador terrateniente y 
ganadero, hombre severo, pero justo; au pastorcillo Andrés, un joven 
taimado; y, como juez compasivo, de tarda comprensión, nuestro 
protagonista. El código de la caballería andante estipula que sus 
seguidores deben eliminar la injusticia del mundo y socorrer a los 
oprimidos. Es éste un estatuto muy digno de loa, y don Quijote arde en 
deseos de mostrar su valía. La ocasión se le presenta antes de lo esperado. 
De la espesura de un bosquecillo se alzan gritos de dolor. Don Quijote 
entra en el bosque y ve a un joven atado al tronco de un árbol y un varón 
que le azota al tiempo que le reprende: que cada día falta una de sus 
ovejas. Movido e indignado de tanta crueldad, don Quijote no repara en lo 
que balbucea el muchacho azotado:
No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra 
vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato.
Un lector avispado entiende lo que Cervantes insinúa con el 
ostentativamente repetido „no lo haré otra vez“: es decir que los zagales 
se comían los corderos y echaban la culpa al lobo. Pero don Quijote, esta 
ánima cándida, tardo en comprensión, no sospecha del pobre pastorcillo de 
tan baja actitud. Adopta una postura amenazante y ordena al sayón que 
desligue a su víctima. Acobardado, Juan Haludo el Rico contempla la figura 
del caballero y se apresura a obedecer sus órdenes. Intenta justificar sus 
acciones, pero don Quijote rechaza toda discusión. Calcula el monto de la 
deuda por nueve meses de servicio, con obvia falta aritmética. El 
campesino, profundamente humillado, se excusa por no tener consigo el 
dinero, pero jura „por todas las órdenes que de caballerías hay en el 
mundo“ que pagará la deuda hasta el último real tan pronto como regresen a 
casa. Andrés se teme lo peor e intenta oponerse a este acuerdo. Pero el 
gallardo caballero no atiende a razones, pica de espuelas a Rocinante y se 
aleja satisfecho. Tan pronto se pierde de vista, el campesino ata de nuevo 
al joven al árbol y le azota con mayor saña. Episodio divertido, con 
altibajos dramáticos y, a la vez, una lección fundamental para ánimas 
cándidas que intentan eliminar las injusticias en el mundo: por lo general, 
los conflictos de intereses son tan complicados que no se puede descuidar 
ningún detalle, tan marginal como a primera vista pudiera parecer.

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Decimocuarto tema de discusión:
(OCTUBRE)
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Escenas teatrales (III)
La noche turbulenta en la venta de Juan Palomeque, o Cervantes y la 
invención del personaje moderno
Vapuleados por los pastores de Yanguas, don Quijote y Sancho llegan a la 
venta de Juan Palomeque el Zurdo. Son acogidos por un trío femenino: la 
mujer del ventero; su atractiva hija; y Maritornes, la moza asturiana, 
mujer robusta y tan fea que parece un aborto del diablo. En un cobertizo 
preparan una cama improvisada para don Quijote y, dado que su cuerpo es 
todo golpes y heridas, la ventera y su hija le aplican un ungüento, 
mientras Maritornes aguanta la candela. Don Quijote está convencido de que 
la venta es un castillo y las tres mujeres damas ilustres. Cuando la 
ventera y su hija desaparecen, Maritornes, caritativa, unta también a 
Sancho, que está no menos maltrecho que su señor.
Al mismo tiempo, Cervantes informa a sus lectores sobre el programa de 
Maritornes respecto a la noche venidera. Tiene una cita con un arriero, que 
duerme en el mismo cobertizo; Maritornes le ha prometido visitarle. 
Irónicamente, Cervantes añade que siempre acostumbra cumplir con semejantes 
promesas, lo que quiere decir que Maritornes es de cascos ligeros y le 
gusta regocijarse en las camas de los huéspedes.
Luego ocurre un desastre, causado por don Quijote. A media noche, cuando 
Maritornes entra, en camisa, tentando orientarse en la oscuridad, don 
Quijote la coge por el brazo, la echa sobre su cama y comienza a hablarle: 
de su lealtad a su Dulcinea y que, apaleado y hecho pedazos, no le será 
posible cumplir con sus deseos. Cree que Maritornes es una princesa 
enamorada, hija atractiva del señor del Castillo.
El arriero, celoso, se acerca; cuando percibe que Maritornes trata en vano 
de escapar de los brazos de don Quijote, se mete entre los dos y le da al 
caballero un terrible puñetazo en la cara. La cama improvisada se derrumba 
y despierta al ventero por el estruendo. Éste llega con un candil, 
maldiciendo a Maritornes, a quien cree motivo del alboroto nocturno. 
Asustada por sus gritos furiosos, Maritornes se abriga cerca de Sancho, que 
duerme en paz a los pies de su señor. Molestado por su peso, Sancho le da 
coces y Maritornes le da palos a Sancho. El ventero apalea a Maritornes, el 
arriero a Sancho. Se arma la marimorena.
En el caso de que teatro se define por acción vehemente, esto puede 
considerarse un tope.
Por otro lado, no cabe duda de que esta Maritornes es una de las personas 
más interesantes del «Quijote» de 1605. Interesante sobre todo por la 
mezcla irritante en los componentes de su carácter. En vivo contraste con 
la atractiva hija del ventero, Maritornes es fea, y en este punto Cervantes 
insiste, entrando en detalles. La fealdad, en la tradición, es atributo de 
los diablos, pero Maritornes tiene el ánimo lleno de compasión, unta al 
apaleado Sancho y al manteado le da que beber. No cabe duda de que tiene el 
alma cristiana y caritativa.
Además, Cervantes acentúa que Maritornes viene de Asturias, tierra de los 
godos, cristianos viejos que todos se consideran ser nobles hidalgos. De 
modo que la combinación verbal moza asturiana está compuesta de conceptos 
incompatibles, al modo oximorónico. También aquí Cervantes insiste con 
ironía evidente: los godos, se opina, son gente de estatura grande, 
imponente; Maritornes, considerado su pobre cuerpo, es todo menos 
imponente. Por añadidura, Cervantes menciona que, por presumirse muy 
hidalga, nunca dio su palabra sin que la cumpliese. Pero lo que a primera 
vista parece un panegírico, solamente confirma sus inclinaciones lascivas.
Por otro lado, Cervantes insinúa mucho más. Al dar otro vistazo a los 
episodios en la venta, Maritornes es la copia tipológica de María 
Magdalena, quien al principio de su carrera era también una gran pecadora. 
En la tradición cristiana, por lo menos tres personajes han sido 
entreverados. En el evangelio según San Marcos y San Mateo, Jesús es 
huésped de Simón el leproso. Llega una mujer con un vaso de ungüento y unta 
la cabeza de Jesús. Sus discípulos están escandalizados, ya que habrían 
preferido vender el vaso y distribuir el dinero entre los pobres. Jesús 
rechaza su argumento, diciendo que es una obra pía, como previsión de su 
muerte cercana y un acto memorable (San Marcos 14, San Mateo 26, 6-13). San 
Lucas describe una escena análoga en casa del fariseo Simón, más larga y 
más polémica. La mujer baña los pies de Jesús con sus lágrimas y los seca 
con sus cabellos. Luego unta su cabeza y Jesús le perdona sus pecados (San 
Lucas 7, 37-48). En el próximo capítulo aparece María de Magdala, quien es 
salvada por Jesús de las garras de siete diablos. En el texto de San Juan, 
el episodio se realiza en casa de Lázaro. Con él está su hermana María, 
quien unta los pies de Jesús, siendo Judas quien protesta (San Juan 12, 1-8).
Ya en tiempos antiguos la distinción entre María de Magdala y María de 
Betania produjo inseguridad. Fue complicado por las pecadoras sin nombre y 
resultó esto en una concentración intrincada. Desde hacia el año 1500, 
María Magdalena, penitente, es promovida a ser una de las santas más 
conocidas. La analogía tipológica es obvia: La ventera y su hija untan 
solamente a don Quijote, pero Maritornes cura al pobre Sancho, quien 
necesita el ungüento no menos que su señor. Maritornes, la moza asturiana, 
atiende a los pecados de la carne, pero tiene un corazón compasivo, y esto 
hace olvidar sus faltas.
Una pregunta indiscreta al carísimo lector sería: ¿Que le parece, podemos 
considerar este capítulo relacionado con la vida de Miguel de Cervantes? 
¿Es casi un estímulo alentador dirigido a su amada hermana Magdalena para 
enfrentar las desilusiones amorosas de una perra vida?

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Decimoquinto tema de discusión:
(OCTUBRE)
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Cervantes, el «Quijote» de 1605 y el Sermón de la Montaña
Para el clero español, Cervantes es considerado como un individuo 
sospechoso y, a pesar de haber combatido por la fe cristiana en la batalla 
gloriosa de Lepanto, en persona non grata, un bicho raro con opiniones de 
un rebelde obstinado. Admitamos que en el «Quijote», Cervantes se burla sin 
pestañear del cura teniente del lugar, del canónigo de Toledo y, más tarde, 
del colérico capellán de los duques. Pero estas son bromas de un ingenio 
pretridentino que, en realidad, no tienen importancia1. Lo determinante es 
la actitud falsificadora practicada por los escépticos liberales del siglo 
XVIII. Con la misma arrogancia doctrinaria con la que expulsaron a los 
venerables padres de la Sociedad de Jesús, transformaron a Cervantes y su a 
Quijote en pregones liberales sin fe.
Es lamentable, pero en círculos eclesiásticos aún circula esa sinrazón 
absurda. Una credulidad que parece el colmo de los colmos. Puesto que, al 
considerar la situación más detenidamente, llegamos a un punto de vista 
alarmante, completamente contrario: Cervantes, ese supuesto garbanzo negro 
entre los cristianos viejos, basa gran parte de sus episodios incriminados 
en veredictos pregonados en el Sermón de la Montaña. Comencemos con una 
lectura del largo episodio en la venta de Juan Palomeque. Ante las 
declaraciones del trío femenino de que les gustan los libros de 
caballerías, el cura está escandalizado. Toda la escena está impregnada de 
alusiones más o menos eróticas: la ventera no cesa de lamentarse de que sus 
huéspedes han estropeado la coda del buey de su marido. La hija presencia 
curiosa los saltos feroces de un don Quijote semidesnudo, en su camisa 
cortada que deja desvergonzadamente todo al aire. Mientras Dorotea se 
retira, pudorosa, para evitar tal aspecto indecente, la joven lo registra 
atentamente, riéndose a socapadamente. Por encima, al registrar las 
escapadas nocturnas de Maritornes, el cura está convencido de que esa moza 
asturiana, vieja cristiana o no, será condenada a las llamas del infierno. 
No quedará aislado con tal juicio funesto, sino respaldado por ilustres 
teólogos, enemigos jurados de los pecados carnales. Sin embargo, Cervantes 
se hace el campeón imperterrido de la pobre moza, fea como el diablo, y 
defiende su derecho a ser feliz por unos breves momentos. Y, con aplomo 
determinado y una risita melancólica, evoca, como respaldo, una de las 
sentencias archiconocidas del Sermón de la Montaña:
No juzguéis, y no seréis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis 
seréis juzgados, y con la medida con que midáis, se os medirá. ¿Cómo es que 
miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga 
que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: „Deja que te saque la 
brizna del ojo, teniendo la viga en el tuyo?“2.
Desde la primera llegada de don Quijote y Sancho a la venta, Cervantes 
estiliza a la pobre Maritornes como el modelo de santa María Magdalena: 
unta a un apaleado Sancho, da al manteado de beber y paga el vino con su 
dinero, dando así un ejemplo de caridad cristiana3. En su calidad de 
cristiano viejo, Cervantes se siente responsable de lo que pasa en el 
mundo, en este mundo enredado en un cambio tan universal y básico como la 
transición del feudalismo con sus capas hieráticas a un Estado 
centralizado, burocratizado y dominado por la violencia impetuosa del 
dinero. Este es un cambio tan abrumador como fundamentalmente sospechoso. 
Porque lo que dice el evangelio al respecto es claro y no se puede desatender:
Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; 
o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y 
al Dinero4.
En otras palabras, hacerse fuerte en un tema espinoso y un asunto sumamente 
arriesgado. Al tratarlo Cervantes, se juega la vida. Pero otra vez halla un 
fuerte respaldo en la Sagrada Escritura. En el Sermón de la Montaña, Jesús 
advierte a los suyos de los peligros del mundo y los alecciona:
Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes 
como las serpientes, y sencillos como las palomas5.
Cervantes sigue el consejo divino a la letra. Inculpar abiertamente al rey 
de sus manipulaciones monetarias, a la nobleza de su conducta altiva y 
arrogante e, incluso, acusar al clero de un comportamiento poco cristiano 
le hubiese llevado inmediatamente a la cárcel, por lo menos. Conforme a los 
consejos expuestos en la Sagrada Escritura, Cervantes procede con 
prudencia. No se irrita, no se emociona ante tantos abusos, sino que evoca 
los escándalos por medio de mensajes cuidadosamente cifrados. Y este 
programa de su libro lo expone al „carísimo lector“ en el prólogo del 
«Quijote» de 16056. El entusiasmo de sus compatriotas al aparecer el 
volumen le corroboró que seguir consejos expuestos en la Sagrada Escritura 
no era un concepto apartado de la realidad. Cervantes opta por la utopía, 
con Jesucristo como buen pastor y rey de paz, quien gobierna con leyes que 
son adecuadas para las necesidades y circunstancias de cada individuo, 
flexibles y cambiantes con el transcurso de los años. Por último, nos 
consta ocuparnos del tema más espinoso, inclusive en nuestros tiempos, 
también agitados por cambios universales. En el evangelio según San Mateo 
leemos:
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de 
ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. 
¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo 
árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol 
bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos 
buenos. Todo arbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego. Así 
que por sus frutos los conoceréis7.
Se trata de dos pasajes alegóricos correlacionados: los falsos profetas con 
su mentalidad de lobos rapaces disfrazados de ovejas, y, como resultado de 
sus acciones funestas los frutos malos, marcadamente opuestos a los frutos 
buenos. Al lector del escrutinio de la biblioteca de don Quijote, Cervantes 
le insinúa la parábola bíblica, pero no en el orden cronológico – acción 
rapaz que produce frutos malos -, sino enfrentando a su público con el 
resultado desastroso: dos mujeres, una viejecita tonta y la sobrina, medio 
niña inocente, hechas unas furias sin perdón. De parte de Cervantes, ni una 
palabra de comentario; deja al lector que llegue a la conclusión fatal: el 
que dirige las conciencias de tales „ovejas“ es Pero Pérez, el cura 
teniente del lugar.
Ante todo esto, el lector moderno se queda con un precario malestar. 
Concedido, el «Quijote» de 1605 tiene los rasgos de una sátira. El autor 
critica a todos, comenzando con el propio monarca y la nobleza arrogante. 
Pero, criticar de manera tan brutal al clero de su tiempo, ¿no era una 
ofensa, inapropiada por parte de un cristiano verdadero? En un caso tan 
espinoso parece aconsejable dar un vistazo esclarecedor a los trasfondos 
históricos. Entre los siglos XV y XVI, con el feudalismo llegando a un 
declive, la situación de los campesinos se deterioraba fundamentalmente. 
Luego, el Estado burocratizado por Felipe II aumentaba los impuestos de 
manera intolerable. Los jóvenes campesinos, a manadas, abandonaban la 
tierra y emigraban a las ciudades. No pudiendo entrar en las corporaciones 
de artesanos, no les quedaba más que la vida de un pordiosero o el entrar 
en un convento, donde serían acogidos con la mayor complacencia. Para dar 
una idea de la envergadura, Madrid, en la época de Cervantes, tenía cerca 
de trescientos conventos. Los que llegaban eran patanes incultos, pero 
decididos a mandar y medrar. Naturalmente, había excepciones, pero por lo 
general, era un problema de los má grave. Problema conocido no sólo por 
Cervantes, sino como parece, también por hombres doctos como el venerable 
Juan de Palacios, tío de Catalina, quien se ocupó de la educación de su 
sobrina e hizo de ella – por los frutos, uno se hace conocer – una joven 
hidalga letrada que se casó con el héroe de Lepanto. Interrumpido por la 
gerencia de su oficio en Andalucía, Cervantes conoció y veneró al 
concienzudo prelado y, parece poco probable que hubiese maltratado su 
memoria con opiniones sumamente contrarias. El argumento vale, a fortiori 
con respecto a su adorada Catalina.
Además hay un testigo indiscutable: don Bernardo de Sandoval y Rojas, 
Cardenalarzobispo de Toledo y Primario de las Españas. Aparentemente, el 
ilustre prelado estaba desilusionado por las facultades teológicas y, aún 
más, por la caridad cristiana de sus curas de almas. Por lo menos tan 
desilusionado como Cervantes y, a lo que parece, mucho más. Por el prólogo 
al «Quijote» de 1615 se sabe que, de su propia iniciativa, acudió y acordó 
su protección ilimitada a este autor tan rebelde7. En la época de 
Cervantes, esta circunstancia era de sumo valor, puesto que era Inquisidor 
General y, por ello, jefe de la Suprema.
Notas
1 Con respecto a la caracterización de Cervantes, nacido en 1547, como 
cristiano pretridentino compárese Kurt Reichenberger, Cervantes, ¿un gran 
satírico? Los enigmas peligrosos del «Quijote» descifrados para el 
„carísimo lector“ (Estudios de literatura 97). Kassel 2005, apéndice 
segundo: Cervantes y el Concilio de Trento: trasfondos histórico-culturales 
cervantinos.
2 San Mateo 7,1-3. Véase también San Lucas 6,37. Citamos La Biblia de 
Jerusalén. Edición española, dirigida por José Ángel Ubieta. Bilbao, 1975.
3 Para la documentación detallada compárese Kurt Reichenberger, Cervantes, 
¿un gran satírico?, o.c., capítulo séptimo: Hallazgos tipológicos: 
Maritornes la moza asturiana, y su modelo hagiográfico.
4 San Mateo 6, 24. Véase también San Mateo 19, 21-26 y San Lucas 16, 13. 
Con respecto al trasfondo histórico, véase Darío Fernández-Morera, 
Cervantes, su tiempo, y la economía del mercado. En: Cervantes y su mundo I 
(Estudios de literatura 90) Kassel 2004, pp. 67-126.
5 Con respecto a este asunto compárese Kurt Reichenberger, Cervantes and 
the Hermeneutics of Satire (Estudios de literatura 94). Kassel 2005, 
Preliminary Note: Cervantes, the «Quijote» of 1605, and the Human Rights, 
pp. 11-14.
6 San Mateo 7, 16-20. Véase también San Lucas 6, 14.
7 Con respecto a don Bernardo de Sandoval y Rojas, véase Kurt & Theo 
Reichenberger, Cervantes y sus mensajes destinados al lector (Estudios de 
literatura 93). Kassel 2004, capítulo vigésimo cuarto: Los emisarios 
franceses, el porqué del entusiasmo despertado por el «Quijote» en los 
contemporáneos de Cervantes, pp. 163-171.

Réplicas / Replies (en español o inglés):

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