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Coloquio Cervantes

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From:
"A. Robert Lauer" <[log in to unmask]>
Reply To:
A. Robert Lauer
Date:
Wed, 8 Mar 2006 17:35:26 -0600
Content-Type:
multipart/alternative
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>Date: Fri, 03 Mar 2006 00:09:43 +0000
>From: Edgar Alberto Marroquín MoralesgTW9yYWxlcw==
>  <[log in to unmask]>
>Subject: El entrañable don QuijoteXVpam90ZQ==
>To: [log in to unmask]
>
>
>EL ENTRAÑABLE DON QUIJOTE
>
>Por Edgar Alberto Marroquín Morales
>
>[log in to unmask]
>
>La lectura del libro de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, 
>además de ser amena y entretenida, también propone mucha sabiduría que en 
>nuestros tiempos es de cardinal importancia por ser, el autor y el 
>personaje, hijos de la España de las Tres Culturas, almácigo en el cual, 
>árabes y judíos compartieron la misma trinchera.
>
>Más amena puede resultar si conocemos la columna vertebral o el andamio 
>que sostiene los contenidos de la obra. Ésta columna se encuentra en el 
>Prólogo, si leemos con los ojos de una percepción purificada y no con el 
>perdonavidas racionalismo integrista que provocó el Holocausto en el siglo 
>del mismo nombre, por haber actuado en contra de la inteligencia y la 
>misma razón. Dice Don Quijote:
>
>"...la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de 
>las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, 
>advertencia de lo por venir." (I, IX).
>
>Cuando se escribió esa genial epopeya, la realidad internacional era 
>similar a la de nuestro tiempo. En el Prólogo de Don Quijote de la Mancha, 
>en nuestra opinión, se encuentra la cabeza de las vértebras de la obra 
>cervantina, concretamente en los "Versos Preliminares", donde dice:
>
>"No indiscretos hieroglí-
>
>Estampes en el escú-;
>
>Esto quiere decir que los mensajes proféticos están en los escudos de los 
>caballeros andantes que aparecen en la novela. Esto, como apuntamos, hace 
>más entretenida la lectura porque estaremos pendientes de los jeroglíficos 
>que vayamos encontrando en los escudos, para ir resolviendo rompecabezas o 
>enigmas, los cuales son inocuos pero en aquellos tiempos inquisitoriales 
>no se podía nombrar las cosas tal como son. Como nos pudimos dar cuenta, 
>los versos están inconclusos, si alguien pudiese descifrar o concluir el 
>resto de las líneas, pido que me lo haga saber para que entre todos 
>podamos comprender la magia del maravilloso libro. Yo me comprometo a 
>enviar las señales que encontré, sin interpretarlas, pues esa ya es tarea 
>de cada cual, interpretar el manuscrito encontrado en la botella que los 
>mares del tiempo arrojaron hasta nuestros fatigados litorales.
>
>Pienso que todas las religiones son sectas (incluyendo las esotéricas y la 
>Ilustración) que deben aprender a convivir entre sí y configurar, entre 
>todas, la burocracia (la liturgia, el ritual, para ser más espirituales) o 
>el altar donde se establece la comunión con Dios.
>
>Siguiendo con los entretelones del Plan General de la obra de Cervantes, 
>el Oráculo, el Código de la Mancha, en el Canto o Capítulo 18 del Primer 
>Libro, encontramos a varios caballeros con sus respectivos escudos, en un 
>fragmento deslumbrante, de insuperable cromatismo, que es el cuerpo de la 
>cabeza vertebral de la obra. En este trozo exquisito, que sin duda leyó 
>Nostradamus y los genios de la literatura universal (incluyendo a 
>Shakespeare, Goethe, Dostoiewski, Borges), encontramos una metáfora de 
>nuestro tiempo. Más bien es una Vision; dejemos que los protagonistas de 
>la gesta gloriosa hagan la introducción jocosa hacia el fragmento o espejo 
>de la realidad actual. Los comentarios sobre economía son inútiles sin 
>guarismos; así la literatura; el lector debe entender lo que dice la cita, 
>no lo que el taumaturgo diga que dice la cita; sin embargo, al final de 
>este fragmento se advierte de una posible disputa entre árabes e hindúes:
>
>"–Éste es el día, ¡oh Sancho!, en el cual se ha de ver el bien que me 
>tiene guardado mi suerte; éste es el día, digo, en que se ha de mostrar, 
>tanto como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de 
>hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama por todos los 
>venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues 
>toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables 
>gentes por allí viene marchando.
>
>–A esa cuenta, dos deben de ser –dijo Sancho–, porque desta parte 
>contraria se levanta asimesmo otra semejante polvareda.
>
>Volvió a mirarlo don Quijote, y vio que así era la verdad; y, alegrándose 
>sobremanera, pensó, sin duda alguna, que eran dos ejércitos que venían a 
>embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura (...)
>
>–Señor, ¿pues qué hemos de hacer nosotros?
>
>–¿Qué? –dijo don Quijote–: favorecer y ayudar a los menesterosos y 
>desvalidos. Y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente 
>le conduce y guía el grande emperador Alifanfarón, señor de la grande isla 
>Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo, el rey 
>de los garamantas, Pentapolén del Arremangado Brazo, porque siempre entra 
>en las batallas con el brazo derecho desnudo."
>
>El lector no debe irse con la finta, debe leer toda la obra, de bocadillo 
>en bocadillo, de capítulo (Visión) en capítulo, y no debe olvidar que el 
>autor, como no era sectario, por algo dijo que su historia la había 
>encontrado escrita en árabe, y que él la tomó de una traducción que le 
>hicieran del escritor arábigo Cide Hamete Benengeli. Vayamos a los Escudos 
>con los mensajes, no olvidemos la lamparita de minero ni los picos de 
>excavador, los mismos que le ayudarán a escalar o salir de la Cueva de 
>Montesinos. No olvide que los primeros son los batallones de Oriente:
>
>"Pero estáme atento y mira, que te quiero dar cuenta de los caballeros más 
>principales que en estos dos ejércitos vienen. Y, para que mejor los veas 
>y notes, retirémonos a aquel altillo que allí se hace, de donde se deben 
>de descubrir los dos ejércitos.
>
>(...) con voz levantada comenzó a decir:
>
>–Aquel caballero que allí ves de las armas jaldes, que trae en el escudo 
>un león coronado, rendido a los pies de una doncella, es el valeroso 
>Laurcalco, señor de la Puente de Plata; el otro de las armas de las flores 
>de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el 
>temido Micocolembo, gran duque de Quirocia."
>
>Reparemos en que ya mencionó dos escudos, los de los caballeros que 
>comandan a los escuadrones árabes. A continuación menciona a un personaje 
>bíblico, el nombre del personaje que lo persigue sin tregua en la ficción, 
>hasta que le da alcance y le da muerte a Don Quijote, pues éste, 
>malherido, murió pocos días después del combate. No olvidemos que esa 
>guerra se libró en dos batallas y la primera la ganó el valiente de 
>España, que perdió el segundo combate porque su cabalgadura estaba 
>maltrecha de tanto andar por el mundo desfaciendo agravios y amparando a 
>los desfavorecidos. La primera parte del párrafo o de la descripción el 
>manchego la termina así:
>
>"...el otro de los miembros giganteos, que está a su derecha mano, es el 
>nunca medroso Brandabarbarán de Boliche, señor de las tres Arabias, que 
>viene armado de aquel cuero de serpiente, y tiene por escudo una puerta 
>que, según es fama, es una de las del templo que derribó Sansón, cuando 
>con su muerte se vengó de sus enemigos."
>
>De esto, entre otras muchas lecturas, se desprende la de que algunos 
>acorralados, aunque hayan dado pie para estarlo, prefieren morir 
>destruyendo. En la novela el lector disfrutará mucho este fragmento (uno 
>de los que más embodega energía), pues leyéndolo sin interrupciones es 
>como se aprecia su belleza. Ahora sepamos quienes son los caballeros de 
>los ejércitos de Occidente, que jinetean sus alfanas y sus cebras, en los 
>que no faltan los de Francia, tierra de templarios y del nacimiento, 
>quizá, de las sagas artúricas de los caballeros de la Tabla Redonda:
>
>"Pero vuelve los ojos a estotra parte y verás delante y en la frente 
>destotro ejército al siempre vencedor y jamás vencido Timonel de 
>Carcajona, príncipe de la Nueva Vizcaya, que viene armado con las armas 
>partidas a cuarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en el 
>escudo un gato de oro en campo leonado, con una letra que dice: Miau, que 
>es el principio del nombre de su dama, que, según se dice, es la sin par 
>Miulina, hija del duque Alfeñiquén del Algarbe; el otro, que carga y 
>oprime los lomos de aquella poderosa alfana, que trae las armas como nieve 
>blancas y el escudo blanco y sin empresa alguna, es un caballero novel, de 
>nación francés, llamado Pierres Papín, señor de las baronías de Utrique; 
>el otro, que bate las ijadas con los herrados carcaños a aquella pintada y 
>ligera cebra, y trae las armas de los veros azules, es el poderoso duque 
>de Nerbia, Espartafilardo del Bosque, que trae por empresa en el escudo 
>una esparraguera, con una letra en castellano que dice así: Rastrea mi suerte."
>
>Con el deslumbrante buscapié, teniendo conciencia del desafío que el autor 
>plantea, el de abrir las puertas de la imaginación para que el lector 
>encuentre en las entrañas los contenidos, las enseñanzas y denuncias 
>descritas en la obra, la lectura se torna apasionante, al ir corriendo las 
>páginas sin dejar de estar pendiente de la otra señal del mapa del tesoro 
>escondido detrás de la frase: "Rastrea mi suerte."
>
>Inmediatamente después el visionario, símbolo de encuentro entre culturas, 
>enumera algunos elementos identitarios del imaginario de ambos escuadrones 
>fronteros. Sobre los primeros menciona las dulces aguas del famoso Janto; 
>los que criban el finísimo y menudo oro en la felice Arabia; el claro 
>Termodonte; los que sangran por muchas y diversas vías al dorado Pactolo; 
>los númidas, dudosos en sus promesas (belicosos como los celtas de la cruz 
>gamada nacionalsocialista); los persas, arcos y flechas famosos; [los] 
>partos, los medos, que pelean huyendo; los árabes, de mudables casas; los 
>citas, tan crueles como blancos; los etiopes, de horadados labios. En 
>estotro escuadrón vienen el olivífero Betis; los del dorado Tajo; los del 
>divino Genil; los que se alegran en los elíseos jerezanos prados; los 
>manchegos, ricos y coronados de rubias espigas; los de hierro vestidos, 
>reliquias antiguas de la sangre goda; los de las estendidas dehesas del 
>tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso; los que tiemblan con 
>el frío del silvoso Pirineo y con los blancos copos del levantado Apenino; 
>finalmente, cuantos toda la Europa en sí contiene y encierra.
>
>Después don quijote vuelve a tocar la diana con este recordatorio: "¿No 
>oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de 
>los atambores?". Cerca del final del la plancha o capítulo 18, del 
>manantial donde los posteriores genios tuvieron puesta la mirada, el 
>caballero andante vuelve a arremeter con un canto de fe y esperanza, el 
>teorema que el actual orden absolutista rechaza, por sus anticuerpos, sus 
>trazas de intolerancia: "Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro 
>si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales 
>de que presto ha de serenar el tiempo"...
>
>Lo que advirtió Cervantes sin rodeos es que de "caballeros andantes está 
>necesitado el mundo". Al final de la ruta astral de la opera prima: Don 
>Quijote de la Mancha, el lector quizás verá al contaminado planeta 
>simbolizado por un barco que brega por cambiar su curso, pues se dirige al 
>despeñadero. Sin duda, sigue siendo titánica la lucha de la potente 
>alegoría manchega y su escudero andante. En todo caso, con el quijote que 
>todos llevamos dentro, seremos partícipes del canto a la libertad en el 
>espléndido concierto universal, donde debe imperar el desideratum de la 
>cultura Hippie y su lema en señal de victoria al final de su arremangado brazo.
>
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